jueves, 27 de octubre de 2011

LA ROCA DE CHICKAMAUGA

Si la organización en la que trabajo entrara en combate, por convertirse en una unidad militar dejando de ser una empresa comercial, tengo la absoluta certeza de que seríamos exterminados por la total incapacidad del alto mando, a menos que el ejército de enfrente tuviera problemas similares. La organización es inexistente, no se sabe con certeza cuantas unidades hay ni que habilidades tienen. No hay estructura, cadena de mando, jerarquía ni disciplina, como no sea la que la propia tropa se impone a sí misma por simple pundonor. Por no haber ni siquiera hay horarios. El corneta toca cuando quiere.

La rotación de oficiales es tal que nadie se conoce, y la información circula únicamente por la amistad que naturalmente se crea entre los soldados. Los suministros no se contabilizan, se han invertido cantidades ingentes en armas para las que luego no hay munición, se han gastado sumas extraordinarias para desarrollar tecnología militar aunque luego los combates son a bayoneta calada pues los proyectos no tienen continuidad, se abandonan las investigaciones y todo acaba escaseando.

El alto mando no conoce su ejército, nada sabe de sus soldados, promociona incompetentes, desperdicia talento y recursos. Se rumorea además que roba y se enriquece negociando con los suministros, comprando productos que nunca llegan a los soldados, armas caras que no pueden utilizarse pues llegan incompletas. Se ha hablado incluso de cajones de suministro en realidad vacíos, rellenos de arena o piedras… Mientras tanto, el tren de vida del estado mayor es cada día más escandaloso. Los libros de contabilidad son un castillo de arena. Ante los rumores, el disimulo es ahora mayor, pero también es mayor la magnitud del latrocinio, en una especie de enrrabietamiento por saberse descubiertos. Para acallar los rumores han empezado las represalias, investigaciones, amenazas, varias ejecuciones. Como es lógico, las deserciones se suceden, cada vez en mayor número. De no ser por la presencia del enemigo, el ejército se disolvería como un azucarillo.

George Henry Thomas tenía fama de ser un hombre pausado, de dicción lenta. Fue apodado “la roca de Chickamauga”, por la entereza, serenidad, y orden con que condujo la retirada del ejército de la Unión en la batalla de ese nombre. Su entereza y buen hacer evitaron que la retirada se convirtiera en desbandada. Estaba cerca de sus soldados a los que animaba y daba aliento circulando entre ellos a caballo. Supo combinar pericia técnica, es decir, conocimiento de su oficio, con prestancia de ánimo, serenidad y don de gentes, sintiéndose parte de las unidades que mandaba. ¡Quien sirviera a las  órdenes de una roca de Chickamauga!


CEPOGORDEANDO

CEPOGORDEANDO, CEPOGORDEANDO, esta es claramente una entrada fruto de una mente privilegiada. Así están las cosas. Picoteo, picoteo. Pico, pico, pitas, pitas, pitas...




viernes, 21 de octubre de 2011

PENA DE JUAN Y JOSÉ

Joselito, a la izquierda, y Juan Belmonte, en el centro, en la Monumental de Barcelona, precisamente. El tercero a la derecha creemos que es Rafael el Gallo, hermano mayor de Gallito
Pena de Juan y José
Solano - MartínezRemis

Quién inventará la copla
que eche al aire aquel recuerdo.
Quién la cantara una noche
en voz baja, como un rezo.

Que mujer se pondrá triste,
que hombre se ha de sentir viejo,
y quién abrirá la jaula
de los pájaros del sueño.

Tarde de toros y sol,
parece que lo estoy viendo,
Joselito y Juan Belmonte con seis,
con seis de Pablo Romero.

Si un día me quedo ciego,
mis ojos quisieran ver
aquel gran tercio de quites
que hicieron Juan y José.

Para asistir a la fiesta,
vino un aire marismeño
y se escucho en el tendío
la pro, la profecía del viento:

“Tú José tendrás la muerte
Que sueña siempre un torero.
Y tú Juan tendrás el vino
Que beben los caballeros”.

En José será podía,
Y en Juan será, ya no puedo,
Pero tendrán igual pena
Uno vivo y otro muerto

Quien inventará la copla
Que eche al aire aquel recuerdo.

José Gómez Ortega, “Joselito”

EL NUMERO CUATRO. Disquisiciones de Tato.


Dónde Tato trata de cuestiones diversas

“El toreo se hace hondo,
a un tiempo se abisma y vuela,
cuando va el toro redondo,
atado el cuerno a la tela.”
Gerardo Diego

Tato, que no ha dado en su vida un pase digno, ha elegido para si nombre de torero antiguo y es extremo y sentencioso en sus volubles querencias. Ahora piensa que no hay nada, salvo las cosas de Dios, fuera del misterio extremo de los toros y de lo que fueron José Gómez Ortega, “Joselito” y Juan Belmonte, en la España extraordinaria de principios de siglo XX.

Tato que algo ha leído, aunque desde todo punto de vista se quede corto, no conoce mejores páginas, mejor literatura, mejor escritura, que las que Gregorio Corrochano dedicó a la tragedia de Talavera. La presenció desde el tendido, y con él habló Gallito al coger la muleta, sobre la condición del toro. Que si ciego, que si burriciego. Lo imposible, lo que no podía suceder ocurrió aquella tarde, “a Joselito le ha matado un toro”.

Escribe entonces Corrochano, aquello de “Yo no sé que es torear. Creí que lo sabía Joselito y vi como le mató un toro”.

Juan Belmonte estaba en casa y no dio crédito a la noticia hasta la tercera llamada, y muy entrada la noche. Lo cuenta Chaves nogales en la biografía del torero que es otro texto extraordinario de esa España extraordinaria. Belmonte está en casa jugando una partida de cartas y no ha dado crédito a una primera llamada anunciando la desgracia. Al poco rato llega su mozo de estoques con la noticia:

“-En Teléfonos corre el rumor de que a Joselito le ha matado un toro en la corrida de Talavera.
-¡No traes más que infundios!- le repliqué malhumorado. (…)
Al rato volvió a sonar el teléfono. Esta vez era ya una persona de crédito, un conocido ganadero, quien daba la terrible noticia.
-¡Es verdad! ¡Es verdad! –decía, con acento estremecido al otro lado del hilo telfónico.
Aquella espantosa certeza nos hizo mirarnos los unos a los otros con espanto. Dejamos caer los naipes sobre el tapete, y sin articular palabra estuvimos durante unos minutos en un estado de semiinconsciencia y estupor. Mis amigos fueron levantándose uno a uno, y, sin pronunciar una sílaba, se marcharon.”

De nuevo Gerardo Diego:

“Un lienzo vuelto, una última voz –toro-,
un gesto esquivo, un golpe seco, un grito,
y un arroyo de sangre –arenas de oro-
que se lleva –ay, espuma- a Joselito.”
De aquella historia española, de aquél episodio de otro tiempo y de otra España, hoy casi irreconocible, acogotada, perseguida, existe una versión en forma de copla, que cantó Juanito Valderrama, con su voz aguda y cascada, de viejecillo. Tato quedó sobrecogido cuando la oyó por primera vez, le sobrevino una emoción indecible, y hasta una lágrima hizo amago de querer asomarse. Damos a los amables lectores la letra de esta copla española, de título Pena de Juan y José, al final de este desorden.

El humo del cigarro es buen compañero de la evocación. Recuerdo ahora haber visto una foto del hermano mayor de Gallito, de Rafael, fumando un cigarro, con la cara como escondida entre el cuello levantado de su chaquetón y el ala de su sombreo ancho.

Para poder fumar algo en verano, un servidor y los amiguitos compramos género una tarde de julio y nos fuimos a cenar para probar el material y despedir la reunión hasta septiembre. Cenamos juntos en la terraza tropical de un chino majestuoso, llenando una mesa inmensa y redonda, dónde fuimos atendidos con ceremonia y cortesía orientales. A los postres repartimos la mercancía, como contrabandistas en una cueva, con gesto rápido de tahúr. Circulaban los mazos de cigarros alrededor de la mesa como oscuros y preciados naipes.

Se quejó alguno de la falta de solemnidad en el reparto, pero pudieron el ansia y la sensación de nocturnidad. Se ha perdido, es verdad, el sentido de la ceremonia y es una pena que no se cultive un poco más, pues ayuda a veces a alargar y dar relevancia a los momentos buenos.

Luego encendimos. El del encendido del puro es un momento, además de importante, muy agradable. Al encender la gente está a lo que está, a la fuerza, y se tiene que callar y deja de decir bobadas. Tato chiscó un Vega Robaina de buen porte, intenso, untuoso, de humo lento, que ascendía suave pero firme en el frescor relativo de la noche ya cerrada. Tertulia ceporrera, licuada, inconsistente, de sonrisas alegres y mentes agotadas, alguna incluso babeante. Balbuceos inconexos, simplezas, algún cabeceo, uno resbaló de la silla y se dio una culada tremenda. Un cepogordismo de media velocidad, prevacacional, de gente que está ya pensando en ponerse unos bermudas y en enseñar los pies al final de una canilla enflaquecida y peluda, por toda la geografía nacional eso sí. Ya no hay verano moderno que se precie, que no consista en coger los quince días de descanso y dividirlos en periodos de dos días y medio que se pasan, cada periodo en un sitio distinto, a ser posible cuanto más alejado uno de los demás mejor. Por ejemplo, dos días y medio en San Andrés de Teixido[1] para luego trasladarse a una playa murciana, y continuar así con el baile de San Vito. Es la convulsión vacacional lo que se lleva.

Se produjo la estampida y llegó el día siguiente y seguimos fumando. Esta vez se chiscó el que esto escribe un Libertador, es decir un Bolívar, viendo en delicada compañía “Encadenados” de Alfredo Hitchcock. La película contiene una de las más extraordinarias recreaciones que uno recuerda de una resaca, la del personaje encarnado por Ingrid Bergman. Ella, tumbada en una cama, mira hacia la puerta por la que aparece Cary Grant cuya silueta se aproxima y va girando, con un efecto de cámara, a la medida del mareo de Bergman, hasta quedar del todo invertida, cabeza abajo y finalmente de nuevo en su lugar, momento en que se inicia el diálogo. Tal vez uno se asombra con demasiada facilidad, pero la verdad es que este director narraba muy bien sus historias.

El sábado viajamos al frescor. El día tropical cede por la noche y refresca por fin. La tarde ha transcurrido a la espera de la noche, que es el regalo de la Meseta en julio. Ha transcurrido acompañada por el más extraordinario concierto de chicharras que por estos calores se haya oído, para indecible escándalo de las hormigas. Como los clásicos sirven para todo, se pregunta Tato si la España de estos años de bonanza económica (a crédito eso sí) e insufrible incultura no habrá sido una cigarra escandalosa. No sólo frívola y descuidada, alegre y distraída, sino también algo dejada y descarada, drogata, zafia, ostentosa, macarra y travela, promiscua y tontaina. Y ahora a rendir cuentas al crudo invierno y a la despiadada hormiga.

El Círculo no es cohibero y esto tiene su explicación tabaquera y moral, que dejamos para otro día. Esta vez se ha hecho una excepción. Y ha merecido la pena, pues Tato fuma con sus padres un excelente cigarro, de buen agarre, peso justo, proporcionado, perfecto tiro, matizado y aromático, casi tanto como la conversación.

En sus Folletos Literarios, Clarín nos habla de Bartolillo quien, según nos comenta el autor, “ya aborrece sin saber a quien” y es “propagador de la filoxera literaria”. Esto nos hace pensar en ir abreviando, pero como ya hemos dicho que de lidia andamos mal, va y resulta que alargamos la faena.

Me asombro ante este verano novelero y romántico, de claroscuros y humedades, de luz cambiante, que alterna desordenadamente días de calor pringoso con otros que parecen anuncios de un otoño prematuro. ¿Dónde ha ido ese calor seco, implacable, que termina de tostar el cereal y que hace a los pájaros caer redondos? A los pies de los altos muros de la torre antigua se yergue el paisaje que forman campos y arboleda todavía de un verde encendido, que se irá apagando a medida que avance la estación, el sol abrase y los árboles aguarden pacientes la lluvia. Le gusta a uno observar la luz que cambia con las estaciones y le fastidian los valles oscuros y un poco los mentecatos. En abril, con la primavera recién llegada, la luz se filtraba tenue, nítida y sutil por entre los ramajes espesos de la inmensa encina. Se dejaba caer, en la tarde, sobre los comensales, reunidos alrededor del café, tocándolos con un manto dorado de una labor finísima, inasible.

En fin, cuando Tato se pone lírico se le cae la babilla. En cambio, con qué facilidad lo dijo todo el poeta, en aquellos versos que dicen fueron los últimos, “Chopos de la ribera, álamos del camino blanco”.

Uno es un poco hormiga para algunas cosas, para las equivocadas claro, pues se ha hinchado a recoger buena leña, para quemarla en invierno y soñar con algo ante las llamas, si fuera posible fumando un cigarro de la Habana, cálida y salitrosa.
Tato. Septiembre 2010.



[1] San Andrés de Teixido, aldea ubicada en la parroquia de Régoa, al este del municipio de Cedeira, en la Sierra de la Capelada, cerca de los acantilados sobre el mar, comarca de El Ferrol, provincia de La Coruña. Al ladito de todas partes.

NUESTRO HÉROE


EL SEÑOR SAPO


DEL NÚMERO CUATRO - nota sobre TOROS


Memez
Un suelto que nos envía nuestro colaborador Mazzantini

Ya hemos comentado lo importante que es no acercarse a las cosas únicamente por contrarrestar al que las combate. Lo decíamos respecto de los toros. No es cuestión de reducir la afición a rebatir las memeces, las bobadas, las maldades que dicen los antitaurinos y difunden nuestros míseros medios de comunicación. A correr el Toro de la Vega en Tordesillas hemos idos cuatro veces, tres a caballo y una a pie, y si Dios nos da salud esperamos poder ir unas cuantas más.

Dicho lo cual conviene de vez en cuando aclarar algún aspecto de lo que se dice y es noticia. Por ejemplo se dice que, en el fondo, los toros no van con Cataluña y que allí apenas ha habido afición. Es una memez, boba, recurrente, plomiza, pesada. Valga un solo argumento de refutación al hilo de mentar en este número de Cepo la figura de Joselito. La plaza en la que más toreó fue la de Madrid. Según Corrochano, ochenta y un corridas de toros. ¿Y luego? Sevilla dirán ustedes. Pues no, Barcelona. Sesenta y cuatro corridas de toros en Barcelona. Se conoce que afición debía de haber, al menos tanta como en Sevilla dónde Joselito toreo cincuenta y ocho corridas de toros. En fin, no deja de ser un dato más. Aunque todos sepamos que lo que en Cataluña, y en el resto de España, está pasando no es cuestión taurina, sino más grave.

Apuntado queda.
Octubre del 2010

OTRA DEL NÚMERO CUATRO sobre Mark Twain

 
MARK TWAIN DE LA A LA Z
Humus Fugit.



A tramp abroad 1880, viaje a pie entre los Alpes Suizos y la Selva Negra Alemana. Para Cepogordista Centro Europeo.

Becky Tatcher, la chica de los tirabuzones. “Alguna vez hubo una Becky. Rubia como aquella. O tal vez una morena. No importa.

Cometa Halley, su paso coincidió con el nacimiento de Mark Twain. Predijo su muerte con su nueva aparición, se equivoco  1 día.

D. Honoris Causa, por la Universidad de Oxford en 1907. Piloto del vapor “Alex Scout”.

Ernest Hemingway, Toda la literatura norteamericana moderna proviene de las Aventuras de H. Finn.

Florida, donde nació el 30.11.1835. “La villa constaba de un centenar de personas conmigo  la población aumentó en 1%. Es mucho más de lo que muchos de los mejores hombres de la historia han hecho por un pueblo”. M.T.

George Griffin, el mayordomo de Mark Twain, quien lo tuviera.

Hannibal, ciudad del puerto fluvial del Missisipi, recreada en San Petesburgo en las Aventuras de Sawyer  y Finn.

Imprenta, trabajó en las de San Luís, Cincinnati, N. York, Filadelfia.

Journal Muscatine, publicó en 1851 relatos breves de viajes.

sKetch Family A, texto inédito de 65 paginas dedicado a su hija Suzy, subastado en Sotheby´s, el 21.4.2010.

Linotipia Paige, maquina que mecanizaba el proceso de composición del texto, invirtió sus ahorros y se arruinó.

Minero de Plata, en Virginia City. Ciudad que nació en 1859, llegó a tener 30.000 habitantes, Nevada.

New York Journal, publicó su deceso en  1897, Twain les escribió: “James Ross Clemens, un primo mío estuvo seriamente enfermo en Londres hace dos semanas. La noticia de mi enfermedad derivó de la enfermedad de mi primo; la noticia de mi muerte fue sin duda una exageración.”

Olivia Langdon, Livy, esposa de Mark Twain, se casaron en 1870.

Periodista del Territorial Enterprise de Virginia City en 1.862, the paper ran until 1967.

Queridísima Livy, ¡Que exceso de amor trae consigo una pequeña separación! En los últimos tiempos tengo tantas ganas de ti, y la lección que uno puede obtener de esto es que uno debe separarse de vez en cuando.

M.T.Redding, donde falleció el 21.4.1910. Connecticut.

Samuel Langhorne Clemens, o M. Twain (2 brazadas de profundidad) es el calado mínimo para la navegación por el Missisipi.

Tom Sawyer, Las Aventuras de, 1876, obra maestra de literatura, boceto de las de Huckleberry Finn 1884.

Un clásico, es alguien a quien todo el mundo querría haber leído pero que nadie quiere leer. M.T.

Viajero, conferenciante,  visitó Sudáfrica, Calcuta, Australia, N. Zelanda, Tierra Santa, etc.

Webster and Company, Charles L., editorial que creó en 1.884, publicó Las Memorias del General Ulysses Grant, y algunas de sus novelas.

Xx, veinte puros dicen que se fumaba al día. M.T: si no puedo fumar puros en el paraíso no iré.

Yankee en la corte del Rey Arturo, llevada al cine por David Bulter en 1931 y por Tay Garnett en 1949.

FitgZerald Scoot, autor del curioso caso de Benjamín Button, tomo la idea de Twain: era una pena que  la mejor parte de la vida se diera al principio y la peor al final.




martes, 18 de octubre de 2011

Cuarto número - receta.

 

Coq Au Vin à L´Ancienne
Antiguo Pollo al Vino

1.- Se coge un pollo francés, a ser posible del tipo” sauvage”, de kilo o kilo y medio, se limpia bien y se trocea en octavos,  no pasa nada si queda en novenos o decimos, no es la champions league, así  tocaran a más,  salpimentar al gusto del cocinero.

2.- Se pide cacerola grande, devolver siempre limpia, chorreón de aceite de oliva virgen extra, cuando empiezan a estar doraditos los octavos o novenos (10 a 15 minutos) añadimos la panceta o el bacón, unos 300 gr previamente cortado y las tres cebollas en juliana o como le de la gana .No hace falta lavar la panceta, ni la cebolla.

3.- Cuando la panceta empieza a menguar, se tiene que ver a ojo, añadimos los  champiñones, 300 grs ya cortados y lavados, junto con el vino blanco 75cc, ojo si el pollo es de primera se merece un vinote de primera, remover unos 30 minutos más o menos, al estilo croll.

4.- Kikirikí, el coq ya esta listo, podemos espesar la salsa con maicena o migas de pan, y lo acompañamos con unas verduras (alcachofas, judías verdes, espinacas, guisantes, zanahorias), o arroz, o purés de pata, de castañas, de ciruelas, membrillo, o unos tagliatelles en fin al gusto y paciencia del cocinero.

Bon proffit.
*Receta de Madame La Guillaumette para Navidad 2010

CEPO GORDO - sigue el cuarto número.


Perros, coyotes y circulistas

La chaqueta

Lo cierto es que se ponga uno como se ponga, vivimos en la ciudad y urbanitas somos, aunque juguemos a veces a aquello de alabanza de aldea y menosprecio de corte.

El otro día Argi se acercó al centro para asestar un golpe certero en las rebajas y adquirir una prenda sobria a la par que refinada, con que revestir su magro pellejo durante verano y entretiempo. Una chaqueta.

Estaba Madrid extraño, tomado por una humedad selvática, bestial, abrasado por el sol, pobladas las calles por extrañas tiendas, vivo testimonio de nuestro desvarío reciente: casas del caviar, proveedores de calzado y sastres, todos de extranjero y extraño nombre, tiendas de ultramarinos rediseñadas en caoba y metacrilato, desfile de nuevo ricos súbitamente empobrecidos. La calle, poblada de piernas infinitas y aceitosas, montadas sobre plataformas o caladas en botas más propias de ciertas casas cerradas, de esas de persianas y cortinajes echados de día, que de una tarde a pleno sol. Pululaban extrañas parejas, melifluas y oxigenadas, viriles caderas en indecentes y amanerados contoneos, patillas desteñidas, rubios enlacados, vaqueros de pitillo, para piernas anoréxicas, extraños calzados de agudas punteras, pestañas pintadas, melosos arrumacos, manicuras entrelazadas.

Argi, perdido en sus cosas y entregado a su pesquisa, tardó en reparar en ese ambiente empalagoso y opresivo. Cuando todo aquello fue tomando forma en su cabeza y se hizo la luz sobre la fecha y lo que al día siguiente sucedería en Madrid, era ya tarde. El encantador y amanerado dependiente lo tenía ya a su merced. De un amaneramiento pueblerino, bajo una pátina ligera de sofisticación, Argi tuvo que reconocer su destreza sobona, pues logró con el simple probar de una chaqueta, tocar mano, muñecas y dedos, acariciar hombros y espaldas al ajustar la prenda para tomar medidas, con peligrosa cercanía. Enano, con estudiada barbilla de tres días, enfundado en un traje a medida de dandy decimonónico que Beau Brummel hubiera aprobado sin reservas, pero un tanto desconcertado ante la amable y divertida compostura de Argi, que esquivando fintas y estocadas permanecía, con media sonrisa, indiferente a las zalamerías del buen marica y excelente encargado de la tienda. En honor a la verdad, contribuyó sin duda a que Argi guardara la calma el que la compra en curso no necesitara de probador y se ciñera al poner y quitar de la chaqueta, a ajustar y medirla repetidas veces, a comprobar el talle y ajustar las mangas. Imaginad por un momento al amanerado pulpo acorralando al inocente Argi hacia las cortinas del probador, con su sonrisa invertida e insinuante y un par de buenos pantalones sobre el brazo:
–“Pruébese, pruébese que yo le ayudo…”
N.B.F - Septiembre 2010

ALFONSITO CABRAL CON UN PURO

Alfonsito Cabral con un puro

Le hemos pedido prestada la reproducción que encabeza este artículo al Ministerio de Cultura, aunque él no lo sabe. Si se entera, creemos que no le importará, pues, tratándose de una obra ya divulgada, la incluimos solamente para comentarla, sin afán lucrativo (por más que lo intentamos somos incapaces de lucrarnos) y como pretexto para nuestro afán digresivo.

La reseña de inventario del cuadro la encontrará el lector al final de estas líneas.

En estos tiempos de zozobra hay que esforzarse por ver lo que de positivo tenga la realidad. Para que la ofuscación producida por el veneno que destila nuestra triste vida pública no acabe por sumirnos en un estado de completa ceguera, ni amargando nuestro carácter de hombre moderno, ya de por si temeroso y sobrecargado de neurosis de todo pelo. También es importante, de vez en cuando, y no sólo en tiempos de crisis, ya sea ésta nacional o personal, irse a otro lado. Iba a decir escapar, que a veces también, pero no es necesario sentirse agobiado para, de vez en cuando, pasar al lado, abrir la puerta, cerrarla sobre si, desaparecer un rato, y luego regresar. Por supuesto, está el recurso de la nube de humo azul. Es el primer conector con los mundos paralelos, reforzado por ejemplo por la lectura. Pero hay más, y afortunadamente dirán algunos.

Madrid ofrece una manera sencilla de pasar “al lado” que consiste en visitar el Museo del Romanticismo, antes Museo Romántico[1]. Esta visita cumple la doble función mentada: la de inocular en el visitante la dosis de influjo positivo antidepresor, sin contra indicaciones, y la de llevarle de visita un rato, lejos de lo propio, lejos del ajetreo.

El visitante se encuentra ante una colección de una riqueza, variedad y belleza sorprendentes, presentada de una manera cuidada, bien organizada, dónde no fuimos capaces de percibir un detalle fuera de lugar. Conocíamos el mueso en su etapa anterior y creemos que la reforma ha merecido la pena. Se ha conseguido preservar la sensación de pasear por una casa, de salón en salón, asomándose más adelante a las intimidades de los cuartos, a la sala de juego de los niños, al tocador femenino, al despacho rotundo y macizo. Se encuentra uno acogido en una casa que merece la pena, dónde se habla bajo, no se corre, no existen la electrónica, ni los teléfonos, los cuadros son de verdad y no hay montajes audiovisuales, ni bandas sonoras y además, ¡además!, hay un salón de fumar. Tapizado en colores ocres, de estilo orientalista, saturado de alusiones románticas a los moros de España que vieron por todas partes los viajeros de entonces, no se sabe muy bien cómo. En el salón de fumar, recogido, de techos muy altos como toda la casa, propicio a la soledad o a la tertulia mecida por el tirar del cigarro, se encuentra una vitrina con distintos objetos alusivos a la condición del lugar: pitilleras, pureras de distintos materiales (carey, nácar, piel estampada e incluso cuero forrado de “petit point”[2]) ceniceros, asientos apropiados, etc.

El visitante curiosón podrá además detenerse ante un extraño objeto parecido a las antiguas hueveras sobre las que se disponían, en forma circular, los huevos cocidos, y que todavía pueden verse en algún “bistrot” parisino, si no ha cerrado el último mientras esto se escribe. Se trata por tanto de una suerte de huevera, en la que los huevos se sustituyen por cigarros. Estos se mantienen de pie, sujetos por dos aros circulares, uno para la cabeza y otro para el pie de cada uno, a su vez fijados alrededor del vértice que forma la estructura y el pie de la cosa.
No hay rastro de objeto alguno relacionado con el mantenimiento de la humedad del habano. El que esto escribe recuerda haber leído algo sobre la sequedad de la mayoría del tabaco fumando en el s. XIX, fuera del área de producción o lejos del mar y de su humedad natural. Tabaco seco, suponemos que a la manera de la Farias que todavía puede fumarse en la España interior. La hemos probado y disfrutado en las dos Castillas, la Vieja y la Nueva, seca y todo. Esta Farias seca es la que para fumarse necesita a veces de la ayuda de una tira de papel de fumar, con la que se la recubre en parte, de manera que el humo no se filtre por la fisura producida por la sequedad, que ha podido quebrar, en algún punto, la capa del cigarro. Es lo que Cela llama en su Viaje a la Alcarria, “puros con gabardina”. Habría que discutir que es lo que le sucede al cigarro seco, si se quiebra la capa, si se deshace, si se descascarilla y así.

Un poco más adelante, al llegar a la sala de billar (sala que no puede faltar en una casa que se precie, yo tengo una particularmente amplia y bien surtida dónde el jugador se encuentra a sus anchas para manejar el marfileño taco), se produce la sorpresa, el encuentro con Alfonsito. Antes de seguir una digresión más: Me perdonaran el crítico de arte, el historiador, el artista, el hombre de mundo, por la forma en que paseo por salones tan nobles, y por lo forma burda en que me acerco a la pintura a través del tabaco. ¡Pero me embarga tal alegría al poder deambular por este lugar, lejos de la acidez contemporánea, del berrinche político, es todo tan español y tan hermoso! ¡Es tal el placer de poder asociar por un rato España con belleza! Todo se hace un mero disfrutar, se pasea uno por aquí con una sonrisa en los labios y el mirar iluminado, y querría uno sentarse a charlar largas horas, completando la serenidad del lugar con las sutilezas del humo azul y de la amistad, para que ambas insuflaran un poco de vida y verdad al palacio hierático en su función de museo. Y en este estado de ánimo, cigarro en boca, cabeza humeante, damos (que no topamos) con Alfonsito.

El cuadro es un retrato clásico, de cuerpo entero, figura en perspectiva, en primer plano, con un paisaje que pensamos del sur de España, por la pita (tal vez agave o aloe) y el perfil de la torre, agiraldada y … por el pintor que es un costumbrista sevillano. Una pierna ligeramente adelantada acompaña el gesto serio del personaje, al dar a la figura un aire de prestancia física, de juventud vigorosa. El retratado no es ya un niño pero, paradójicamente, la mano que sujeta el puro, todavía regordeta, nos recuerda que no tiene la infancia lejos aún. No es mano de viejo rechoncho, es más bien manita, manecilla, rosada y delicada, de niño señorito que no ha trabajado con ellas. No son maninas de guarro como decía uno, mirando las propias, gruesas, estriados tabones de tierra parduzca. Tenemos además la pista del rostro sonrosado, de piel infantil e imberbe, todavía mofletudo.

Alfonsito Cabral va elegantemente vestido. Tal vez para la ocasión. Lleva traje corto que parece nuevo. Se lo ha hecho a medida un sastre. Más para pasear por la feria y posar ante el pintor, que para gastarlo en faenas camperas, de trashumancia vaquera, de noches a la intemperie, encierro y desahije de reses bravas, de apartar la corrida, garrocha en mano. El chaleco y la chaquetilla están impolutos, como el sombrero calañés, de medio lado como mandan los cánones y la faja de material noble y color encendido, que no tienen una mota de polvo, ni un rasguño. También impecables la calzona y los caireles, las polainas y los botines, ni gastados por el roce del estribo, ni teñidos por el sudor de los costados de la jaca campera. Sobre el brazo izquierdo el marsellés, que sujeta con despreocupación. Forma parte de la indumentaria para el retrato, pues el día es soleado y la gruesa prenda no es necesaria. Y en la mano derecha el cigarro puro, encendido, pues en el cuadro puede apreciarse un hilo tenue de buen tabaco. Alfonsito no fuma tagarninas, no.
Al no tener el cuadro delante cuando esto escribo, sino una simple imagen para identificarlo y que el lector paciente se haga una idea, de la pintura no puedo decir mucho. Recuerdo la sensación de obra bien pintada, clásica, buena, semejante a otras pinturas que cuelgan de las paredes del museo, costumbrismo romántico de nuestro siglo XIX. Buscando más el realismo con su detalle que la originalidad o la sorpresa, pero, por su oficio y excelente factura, capaz de ponernos en presencia del retratado, con el que casi podemos hablar.

Alfonsito tiene genio, a que negarlo, en plena afirmación de la personalidad nos mira directamente a los ojos, sin timidez ni rubor alguno. Vaya con el niño. Dicen sus papás, un poco cansados, que es un trabucaire y que no para quieto. ¡Y que soponcios decimonónicos les da! ¿Qué años tendría Alfonsito cuando le retrataron? Resulta difícil adivinarlo hoy en que los cuarentones son todavía niños imberbes y llorones, faltos de carácter. ¡Y Alfonsito, tal vez con dieciséis años, fumándose un puro! Que alegría da verlo. ¡¡Que escándalo para nuestra sociedad tutelada y prohibicionista!! ¿Qué dirán nuestras ministras, tan nulas, tan zerapias? Esperemos que no se acerquen al museo del romanticismo. Lo pasarían mal en esa casa de estructuras tan sólidas, de estilo tan definido, dónde todo no vale. Dónde una estampa del General Cabrera convive con un retrato de Espartero o de la reina borbona, ajenos a memorias normativas. Dónde nada se entiende si no se ha estudiado (¡al menos un poco, Alfonsito!), dónde está tan presente España. Y tal vez, angustiadas y vengativas, paletas, al pararse delante del cuadro de Manuel Cabral, de familia de pintores, de padre pintor y académico, tal vez mandaran borrar de inmediato ese cigarro impuro, ese humo intoxicante, en nombre de su vacío correcto de burguesa bien-progre-pensante.

Por cierto, no había quedado mal del todo el final, pero seguimos un poco. Creemos que este retrato sería una excelente portada para esa historia española del tabaco en la que estamos trabajando, y de la que en sucesivos números de Cepo Gordo hemos ido dando retales al lector avispado.
NBF


Inventario
Objeto/Documento
Autor

Título
Datación
Materia/Soporte
Técnica
CE0904
Cuadro
Cabral y Aguado Bejarano, Manuel (Lugar de Nacimiento: Sevilla, 1827 - Lugar de Defunción: Sevilla, 1890-1891)
Alfonsito Cabral con puro
1865
Soporte: Lienzo
Pintura al óleo



[1] Muy acertado el cambio de denominación. Me comentaba una de las celadoras que, con los tiempos que corren, eso de “museo romántico” había dado lugar a muchos equívocos y escenas chuscas e incluso subidas de tono al pretender los visitantes más jóvenes hacer uso de su libertad de frotamiento y derecho de cópula en los nobles salones del palacio, todo conforme al programa escolar, eso sí.
[2] El detalle de la purera forrada de “petit point” es extraordinario y enternecedor. Imaginamos tiernas escenas de la vida conyugal, tal vez una sorpresa amorosamente preparada, quizá una labor de las horas íntimas en las largas tardes de invierno, el fumando, ella cosiendo, como dice la canción.



lunes, 17 de octubre de 2011

EL CUARTO NÚMERO - Virginia Woolf




NOTA URGENTE DE LA REDACCIÓN:
(Con motivo de una cita de Virginia Woolf)

La redacción, enterada de la vil agresión sufrida por nuestro amigo y contertulio, el conocido polígrafo y conferenciante Alcides Bergamota, une su voz a las que se han alzado sin demora para condenar tan salvaje atropello.

Nos permitimos recordar aquí brevemente a nuestros lectores lo sucedido, tanto para dar cuenta del bárbaro intento emasculador, como de la numantina y finalmente exitosa defensa del agredido, sucesos que han sido durante varios días portada de la prensa local.

Había sido el buen Bergamota invitado a pronunciar una conferencia de tema libre ante la FEIG (la Fundación para el Estudio de la Igualdad de Género). La mala fortuna quiso que la fecha elegida coincidiera con la de la sentencia que pronuncio el divorcio entre Bergamota y Berta Domínguez, compañera de fatigas y amores a lo largo de 20 años, desde los tiempos de la revuelta estudiantil. Reina entonces del adoquín, princesa de la barricada y hoy oportunamente reciclada en burócrata de partido. A la sazón ejecutiva y bien remunerada presidenta de la FEIG. Alcides el hombre empezaba a estar un poco de vuelta (no es esto, no es esto), pero para su desgracia conservaba un algo de coherencia e integridad, seguía siendo un inocente económico, y era incapaz de navegar por un sistema reciclado a la medida de Berta. Ella en la FEIG, otras, dueñas de las contratas de basura de los ayuntamientos afectos y de otros negocios cautivos por el estilo, todas, en el gimnasio. Se intentó anular la conferencia, pero Alcides, guiado por un instinto ciego insistió en pronunciarla y la FEIG consintió con ánimo de no airear los asuntos personales de su presidenta.

Comprenderéis el estado de ánimo de Alcides Bergamota, mientras acudía a la sede de la FEIG (un inmueble en propiedad conseguido mediante hábiles gestiones que lograron presentar a la fundación, creada en el 2005, como víctima de las incautaciones del franquismo posteriores a la guerra civil). Repasaba rápidamente los últimos veinte años, hacía balance, veía equivocaciones, inconsecuencias, todo aquello parecía tan remoto frente a este presente burocrático y adinerado en el que Berta se movía como pez en el agua, vestida con trajes de Channel. Había que reconocer que a su silueta rechoncha y culibaja no le acababan de quedar bien. Tampoco a su cara de mula, ¡ahora podía desahogarse!, con esa expresión de listeza, como de usurero de pueblo. Y debajo de tanto “tailleur” las mismas bragas de siempre, tamaño lona de camión. ¡Pero que armario tenía la Berta, que probador! Cuando él había insinuado un tímido comentario, aludiendo discreto a sus ideales de intelectual austeridad, a su anhelo de un mundo sin burgueses, sin clases, Berta le había espetado secamente: “Alcides que no te enteras, que hoy es lo que se lleva, como los vinos caros, ¿no has visto a las ministras o a la Soraya?”. Se iba encendiendo nuestro buen amigo a medida que recordaba momentos, detalles, escenas. Y en ese estado de ánimo se plantó en el auditorio de la FEIG, lleno hasta la bandera. Allí estaban las empleadas de la fundación y sus amigas, la clientela de la fundación, sus proveedoras y otras satélites, jerarcas del partido, aunque de segunda categoría, las amigas periodistas, alguna escritora amarga y las amigas de Berta, su entrenadora de gimnasia y su personalchoper. Con los coktails de la FEIG la verdad es que se cenaba pero bien, a lo bestia.

Y fue entonces cuando sucedió. Tras el comienzo anodino de siempre (la conferencia esta sobre feminismo e integración social de la mujer, la verdad es que la había vendido como sardinas) soltó la cita de la Woolf, traída de una lectura de la víspera, a capón, a mala idea, vengativamente:

George Eliot y Charlotte Brontë comparten la autoría de muchas de las novelas pertenecientes a este período, pues ambas revelaron el secreto de que la preciada materia de la literatura se encuentra a nuestro alrededor, en salas de estar y en cocinas donde viven mujeres, y se concentra con cada tic-tac del reloj.

Al principio, silencio de muerte. Luego, unos primeros susurros. Alcides mudo, con una sonrisa, como ido. Subieron de tono los murmullos y se oyeron los primeros silbidos. “¡Es una provocación!”. Voló el primer objeto, inesperadamente una pluma Mont Blanc sin el capuchón, papinchar. Se desató el huracán y rugieron las fieras al grito de “¡A por él! ¡Hay que capar a ese cabrón!” ¡Berta a la cabeza! Dos circunstancias salvaron a Alcides. El golpe que le propinaron unas bolas chinas lanzadas con terrible violencia le despertó y le hizo calibrar el peligro de la situación, la puerta no estaba lejos y salió por pies, golpeado por innumerables objetos. Pero sobre todo fue una suerte para él que las matronas agresivas se hubieran modernizado al son de los tiempos. Ninguna plancha. Ninguna aguja de punto. Nada de botijos. Ninguna tartera. Ninguna tesis doctoral encuadernada en “guafles”. Ni abarcas, los zuecos todavía pasados de moda por entonces. Sólo bolsos de diseño, utillaje sexual micro electrónico, móviles de última generación, palms, pilots, laptops, tablets, Iphones, barras de labio, tarjetas de crédito y unos bombones de Mallorca, que es lo que más daño le hizo porque eran de los de caja metálica. En definitiva, nada cuyo impacto hubiera podido detener su veloz carrera.

Alcides sigue cultivando el periodismo. Las nuevas tecnologías le permiten enviar sus crónicas sin necesidad de viajar a la capital. Vive retirado en un pueblo no excesivamente perdido, donde cultiva en el huerto de casa gigantescos pepinos.

Octubre del 2010

Nota: Alcides nos informa (desde el pueblo y vía correo electrónico) del origen de la cita de la discordia. Se trata de un fragmento del cuento Memorias de una novelista, cuyo título original es simplemente Memoirs of a Novelist y que Virginia Wolf escribió en 1909. La cita está tomada de la edición de Alianza Editorial titulada Relatos Completos, cuyo título original es The Complete Shorter Fiction. La versión española ha sido traducida del inglés por Catalina Martínez Muñoz, que hasta dónde se nos alcanza lo ha hecho francamente bien. No podemos decir lo mismo de otros traductores.

EL CUARTO NÚMERO. Un artículo para el CEPO.




Un artículo para el Cepo.

Estamos a 23 de septiembre y la fecha tope para la entrega del artículo termina el 24, escribir un artículo para el Cepo todavía no es una costumbre adquirida, crea desazón en  algunos cepogordistas y en otros ni fu, ni fa.

Hay cepogordistas, no diré nombres pues  no viene a cuento,  que  se defienden del envite, fusilando la página de un blog, aportando unas recetas de cocina a las que con habilidad y maestría cambian un ingrediente en cada nuevo número del Cepo, o dan una larga cambiada con unos chistes picantes y calentitos sacados de Internet.

Otros resuelven con  un copia, corta y pega de Internet, vamos un cuarto y mitad  carnicero  de lo que sea,  hay uno  el más osado y bellaco de todos que se anuncia en la red con alevosía, proponiendo un trueque miserable, cambiar un habano reseco por un artículo sin firma, no se puede caer más bajo.

No se asusten señores lectores y cepogordistas, esto no pretende ser la caza de brujas del Sr. Mc Carthy, ni un juicio sumarísimo.

El plagio, que no la plagiocefalia, ha sido practicado, y lo será, por grandes  escritores, de todos los tiempos, como Cela, Valle-Inclán, Cervantes, Gil Des Chênes, Blond de Urquía, Labo y Lardiere y otros tantos, los cepogordistas no serán menos.

Ya se acusó a Leopoldo Alas Clarín de haber copiado las primeras páginas de Madame Bovary y a su vez se acusaba a Flaubert de haber reproducido escenas del Medico Rural de Balzac en la novela de Madame Bovary, y Balzac tenía fama de reciclar obras ajenas.

Con animo valiente y algo de incertidumbre, decidí averiguar  si el plagio es una característica del ser humano, me dejé guiar por mi amigo herpetólogo, Sr. Lagartos,  que me recomendó que me hiciera con una copia de la enroscada tesis del Ilustre  Profesor de la Universidad de Tervuren (Bélgica) Boris Goodman titulada “El Homo Sapiens un mal plagio del Pan Paniscus, o Bonobo”.

Sostiene el Ilustre Profesor que: “el 98% del ADN del Homo Sapiens es idéntico al Pan Troglodytes o Pan Paniscus, que por tanto el ontos on (esencia) del homo sapiens es el plagio del Pan Paniscus” o de lo que se tercie, claro esta.

De ahí la célebre frase de Petrus Cruces, que en el Siglo IV, no se puede precisar si antes o después de Cristo, voceaba por las angostas calles de Roma: “Oratito publicata, res libera est”, en Román Paladino: lo publicado pertenece a todos.

Hay plagiadores, que en el pecado llevan la penitencia, me viene a la cabeza como no quiere la cosa la novela “El Jarama” de Rafael Sanchez Ferlosio. Refresco la mente del lector, esta novela fue premio Nadal en 1.955 y era de obligada lectura, para aprobar la asignatura de literatura, ha sido calificada por la crítica nacional e internacional como uno de los libros más importantes de la narrativa española contemporánea.

En la Sexta edición, tras nueve años desde la publicación de la novela, Rafael Sanchez Ferlosio, sintiéndose “molesto” por las alabanzas que recibía la novela, en la descripción geográfica del río Jarama, recogida al principio y final del relato, pero entrecomillada, tuvo que aclarar  que la descripción del río, no era de él, que había sido “usurpada” con leves modificaciones a Don Casiano de Pardo.

Si tentador es plagiar al vecino o al Pan Paniscus, que me dicen del autoplagio, es un secreto a voces que cepogordistas se autoplagian (es su mayor placer), sobre este punto se cierne un misterioso silencio en la tesis del  Profesor Goodman, pero he descubierto que esta practica es muy  frecuente entre los grandes escritores.  El gran vate gallego Don Ramón María del Valle-Inclán, de inspiración libresca, no solo tenia por costumbre  apoderarse de las expresiones ajenas que encontraba en los libros, sino que además se autoplagiaba, llegando a vender obras de teatro ya estrenadas, incluso renegando de ciertas obras para luego reaprovecharlas.

No queda sino cerrar el artículo, recomendando  un poema de Rafael Maria Baralt dedicado al plagiador, que al fin y al cabo somos todos, lectores, cepogordistas y bonobos.

Fdo. Humus Fugit.

Bibliografía:

·          Barbacana Barbieri, Ignacio, 34 años de  impugnación y defensa del plagiador en el mundo togado. Discurso de recepción en la Real Academia de Ciencias Togadas  de la  Jarana, 1952.
·          Croce Janini, Pietro y Bola y Lardíere, Tanguy, Poemario del plagio taurino en la Galicia preautonómica. Ed Taurina 2009.
·          Gil-Oaks, Santiago, La imitación y el plagio de  la neurocirugía búlgara en el Siglo XXI, Obra Social y Cultural de Segovia, Sotosalbos, 2000.
·          Gil Des Chênes, Jacques Christian, Supercheries littéraires, pastiches, suppositions d'auteur dans les lettres et les arts, du tabac. Archives de famille, avec prologue et dédicace du Marquis de Seita. Prasville 2001.
·          Goodman, Boris, “El homo sapiens un mal plagio del Pan Paniscus, o Bonobo”. Tesis publicada en la Universidad de Tervuren. Bélgica. 1948.
·          Le Sanglier Farçi, Pierre, La defensa del plagio en las transacciones comerciales internas  de la  Rusia post consumista. Discurso de recepción en la Real Academia de Ciencias Exactas  y Puntuales de la Universidad de San Petersburgo,  San Petersburgo, 2005.
·          Roux Bambú, Gabriel, La seconde main ou le travail de la citation dans les éloges de la noblesse languedocienne, Le Coñac Charles III, 1.929.

*  El autor pide disculpas a quien o quienes NO se hayan podido sentir ofendidos con el contenido del texto.