miércoles, 26 de diciembre de 2018
jueves, 13 de diciembre de 2018
Una nota en El Heraldo de Nava.
Hace mucho que
Cepogordo no comenta la actualidad política. La razón es muy sencilla. Puesto
que no somos periodistas profesionales ni disponemos de fuentes de información
distintas a las del común de los mortales, hay poco, muy poco, que podamos
añadir a lo que escriben y comentan los miles de profesionales que hablan y
escriben en prensa de papel, digital, radio y televisión. Entendemos que la
exhibición de nuestros sentimientos y reacciones respecto de la actualidad
–indignación, contento, sorpresa, indiferencia- poco aporta y poco importa al
lector.
El comentario
que sigue no es una excepción a lo anterior. Más que comentar la actualidad nos
preguntamos si una parte de lo que hoy ocurre no está ya en los libros de texto
o al menos de historia, por haber ocurrido antes, hace muchos años.
La Historia,
con mayúsculas, se entiende de distintas formas. Es un círculo, un eterno
retorno, lo que ha sucedido volverá a suceder. ¡No! Es una línea, de progreso
constante para unos, de simple continuidad para otros. Y para otros es una
espera. Dijo Marx que la historia se repite, primero como tragedia, luego como farsa.
Y Santayana que quien olvida su historia se condena a repetirla, refiriéndose a
los pueblos, claro.
¿Dónde se sitúan
las recientes elecciones andaluzas? Apenas doce diputados de un parlamento
regional y parece como si llegara el fin del mundo. Escándalo e insultos,
lluvia de palabras y expresiones como extrema derecha, ultraderecha o derecha
extrema. ¿Será que para la España oficial, la que maneja y se zampa la tarta,
la llegada de este partido que no se muerde la lengua y que tiene objetivos
claros –algo tan distinto a la nebulosa que es Ciudadanos- anuncia cambios que podrían
afectar a sus prebendas?
De ahí el
movimiento de pánico que se ha producido en la clase política y en sus medios
de comunicación, que lo son casi todos. ¿En qué estado de debilidad mental
creen los medios oficiales –prensa, radio, televisión, partidos- que se
encuentran los españoles? ¿Creen que tapando la realidad con las palabras de
siempre -fascismo, populismo, ultras- seguirán dictando sin más su moralina de
corrección política, su doctrina para una nueva sociedad, tutelando al
ciudadano de a pie al que desprecian? Parece que han ido demasiado lejos y que
ya nadie se calla.
Pero nos
referíamos al principio a la Historia. Y es que hay cosas que se repiten.
Cuando llegó la segunda república, ardieron edificios religiosos ante la
pasividad de la autoridad (la biblioteca de los jesuitas que ardió en Madrid, era
al parecer la segunda en importancia de España, después de la nacional). El
mensaje que se dio fue más o menos el siguiente: esos edificios no forman parte
de la república. Cuando la derecha –radicales de Lerroux y CEDA- ganó las
elecciones en 1933, los demás partidos reaccionaron escandalizados, negándose a
admitir lo sucedido y presionando para que no entrara la CEDA en el gobierno.
Acabaron por alzarse en armas contra el gobierno legítimo. Un golpe, el de
1934, organizado por el PSOE, verdadero preludio de la guerra civil. Las izquierdas
concibieron la segunda república como un régimen a su servicio, que
deslegitimaron en cuando perdieron las elecciones. Las urnas como plebiscito de
adhesión a la izquierda, nada más. Nada de aceptar las reglas. Se hizo
responsable al partido Falange Española de la violencia que se instaló en las
calles españolas de entonces, refiriéndose siempre a aquello de la dialéctica
de los puños y las pistolas. Pero se oculta que Falange, en primer lugar y
antes que nada, antes de pasar a defenderse, fue víctima de los pistoleros de
izquierda que atentaban contra sus miembros y simpatizantes. Hasta el punto de
que se contaba un chiste macabro sobre sus siglas, FE, diciendo que
significaban Funeraria Española.
Muy poco
tienen que ver las circunstancias de entonces con las de ahora. Prácticamente
nada. No hay Falange Española, no hay un partido de extrema derecha tampoco. Ni
el país es el mismo, si sus circunstancias sociales, ni su economía. Tienen
poco que ver, salvo en un punto: la reacción y el comportamiento de la
izquierda oficial española no sólo ante el resultado de las elecciones, sino en
el juego político.
Vox, pues de
Vox se trata obviamente, no ha protagonizado un solo acto violento. No ha
boicoteado actos políticos, ni atacado rivales, no tiene matones que repartan
palos por las calles, prendan fuego a contenedores o rompan escaparates y
destrocen el llamado mobiliario urbano. No pinta las sedes de otros partidos,
no utilizad el lenguaje ni las expresiones de los terroristas, no llama a
realizar escraches. Cumple estrictamente
con la legalidad y actúa dentro del marco de la vigente constitución, sin
ocultar que quiere reformarla. Todos sus actos los preside la bandera española,
sin que se enarbolen banderas históricas. Pero desde hace mucho tiempo, y con
anterioridad a las elecciones andaluzas desde luego, sufre no sólo insultos
sino que se han producido incitaciones a la violencia contra el partido y
contra sus simpatizantes y los primeros acosos y ataques.
Valgan como
botones de muestra los siguientes: el acoso sufrido por su campamento de verano
en Tarragona, en julio del 2018 (“pim,
pam, pum, que no quedi ni un”, en catalán), las palabras de Pablo Iglesias
en la noche electoral animando a tomar las calles, animando a la lucha
antifascista (¿?), las algaradas en Cádiz y en Granada, las protestas contra Vox
en Sevilla ante el parlamento andaluz, el mal perder de la candidata socialista
a la Junta (“(…) impedir que el gobierno
de #Andalucía dependa de un partido extremista, machista, homófobo y racista.
Hablaré con todas las fuerzas constitucionalistas.”), o el reportaje de la
sexta en Marinaleda tratando de identificar a los 44 votantes de Vox, es decir,
señalando a los disidentes con el dedo en un pueblo de dos mil setecientos
habitantes. Son simples botones de muestra. Hay mucho más. Además, esta
izquierda que tan mal digiere los resultados electorales enarbola cada vez que
puede la bandera que fue oficial durante la segunda república. Según su atroz
jerga, una bandera preconstitucional. Una izquierda que ha
hecho de arremeter contra las instituciones y en particular contra el Rey, su
programa.
¿Se repetirá la historia? Desde luego nuestro
deseo es que no se produzca la repetición y que, en el libro de texto que se
está escribiendo, la narración sea completamente distinta a la evocada, sin
incendios, persecuciones, ni violencias. Habrá que contribuir todos a ello.
martes, 27 de noviembre de 2018
Jacobus miles Christi (del Heraldo de Nava).
(Entre paréntesis: yo estoy contra el moro; mis
abuelos de todas las ramas van hartos de probar que no tenían ni gota de sangre
de moro, para poder servir a la Católica Monarquía con la espada y el navío, en
el Santo Oficio y en la Orden, con el rojo lagarto en el pecho. Eso que anda de
moda de los lazos de sangre y de espíritu con el moro, a mí no me toca en nada.
Más de la mitad de la contextura hispánica, social e intelectual, residió
durante siglos en no tener nada que ver con el moro, en darle, aún muerto, gran
lanzada, y en cogiéndole vivo, Fe católica, tocino y vino tinto. Aún lo dicen
por tierras que fueron frontera, y en las Américas de nuestros galaicos linajes
militares: “Te he de dar Fe católica y tocino”. Así, pues, revuélquese entre
las patas del caballo jacobeo el moro enturbantado.)
Alvaro Cunqueiro,
Por el camino de las
peregrinaciones.
Alba Editorial, 2004, primera edición.
Citado del artículo
Peregrinos a la mesa (1957).
- Y con perdón, claro.
- ¡Desde luego para mí un bálsamo, oiga!
- ¡Que me dice!
- ¡Lo que oye!
- Y al que no le guste, se le aplica la susodicha
receta. Pues eso.
lunes, 26 de noviembre de 2018
RENZO DE FELICE
El historiador italiano sobre la Historia:
“Cuando un estudio se encuentra frente a realidades
tan complejas y dramáticas como el racismo y el antisemitismo -esto es válido también para otras
realidades, empezando por el fascismo y el antifascismo- debe tener el valor de
escapar a la elección del bando y de la toma de posiciones emotivas: los
rechazos morales carecen de sentido y eficacia. Rabia y resentimiento, indignación
y condena, son sentimientos que, al igual que la militancia, deforman la
correcta interpretación histórica, prohíben la reconstrucción de los hechos,
impiden identificar las motivaciones que subyacen bajo hechos tan monstruosos
que parecen inconcebibles.”
Renzo de Felice, Rojo y negro
Ariel Historia.1ª edición, septiembre de 1996.
viernes, 23 de noviembre de 2018
miércoles, 21 de noviembre de 2018
Con don Pedro Mourlane. Nota.
Charlamos un rato con don Pedro Mourlane, para
terminar su Discurso de las armas y las letras, que es una pequeña colección de
textos dónde hay muchas y variadas cosas. Nos dice de unos, muy ricos y tan
toscos como ricos, que han contraído en
las sastrerías el decoro civil. Es decir, que al vestirse correctamente
parece como que hacen olvidar su origen y su falta de refinamiento. Nos
recuerda que para formar a un orador, decía Quintiliano, se necesitan tres
cosas: la Naturaleza, la doctrina y el trabajo. Estos dos apuntes permiten
hacerse una idea de la reacción de don Pedro Mourlane si asistiera a una sesión
de nuestro Congreso. No vería allí ni decoro – ni civil ni de ninguna clase-,
ni oradores, por ausencia de Naturaleza, de doctrina y de trabajo. No habría
escándalo, tal vez media sonrisa, desencantada, y unos apuntes para otro libro, o para
amenizar su tertulia.
domingo, 18 de noviembre de 2018
El peligro amarillo. De los cuadernos del gran polígrafo, A.B.E., cortesía de Calvino de Liposthey.
Por la gran
avenida poligonera sopla el aire. Es una brisa ligera, que da un respiro a la
tarde achicharrada por un sol de estío brillando inclemente a toro pasado, con el
otoño ya en puertas. GP camina cansino por una bocacalle. Chinos airados
vociferan alrededor de un tubo de escape desmontado. Pasa la vieja con la
compra. Sinforoso García Pote medita. El ojo se va al movimiento ligero,
ondulante, del ailanto. Tiene la esquina tomada, se yergue gigantesco e
invasor, rodeado de su infinita corte de retoños. Ya tapa la esquina casi por
completo, dando a la nave de cubiertas azules un aire de oriental pagoda.
martes, 13 de noviembre de 2018
lunes, 22 de octubre de 2018
COLD WAR
- ¿Nos gusta ir al cine? - se preguntaba el gran
Bergamota.
- Mire, la verdad es que el cine sí que nos gusta, pero ir al cine es otra cosa, contestó Tato.
- Ir al cine es someterse a la cartelera del momento, o como se decía antes, a lo que echen en el cine de cerca de casa.
También Doroteo dio su opinión:
- Y está claro que no puede compararse el cine con una tarde de toros. He dicho.
- Pues claro que no, ¡dónde va usted!
- No hay color.
- Mire, la verdad es que el cine sí que nos gusta, pero ir al cine es otra cosa, contestó Tato.
- Ir al cine es someterse a la cartelera del momento, o como se decía antes, a lo que echen en el cine de cerca de casa.
También Doroteo dio su opinión:
- Y está claro que no puede compararse el cine con una tarde de toros. He dicho.
- Pues claro que no, ¡dónde va usted!
- No hay color.
Esa charla la
mantenían alegremente los de Nava dando un paseo al atardecer. Concluía la
temporada, habían deseado a los conocidos de la plaza feliz invierno y hasta la
vuelta. Y ahora evocaban la tarde de Urdiales, los Pabloromeros, la brega
valiente de Chacón, aquél quite... El
otoño que hace unos días apenas si se insinuaba, jugando tímidamente con los
matices de la luz del día, variando transparencias y veladuras, hoy había dado
un paso al frente definitivo. Cruzaban el cielo inmensas formaciones de pájaros
organizadas en punta de flecha, como diciendo: ahí os quedáis con los fríos…
El cine se
había colado en la charla. Porque de vez en cuando, alguna tarde que otra,
aparecía el mirlo blanco.
***
No les
descubriremos nada nuevo diciendo que Cold War es una buena película, pues está
en boca de todos y en la prensa. Más importante lo primero sin duda. Porque de la
prensa cualquiera se fía. Tenemos poca información sobre el filme –como dicen
los entendidos- por no decir que ninguna y quién sabe si lo que a continuación
contaremos será o no un disparate.
Cold War es una película de este año, estrenada en octubre, polaca, dirigida por Paweł Pawlikowski.
Cold War es una película de este año, estrenada en octubre, polaca, dirigida por Paweł Pawlikowski.
¿Por qué se
hace en 2018 una película sobre la Polonia de la postguerra mundial, de los
años cincuenta y sesenta del pasado siglo? ¿Por qué se decide contar una
historia, esa historia y de esa manera? Sin espías, sin Historia con mayúscula.
Con la historia pequeña, personal e íntima de los protagonistas, únicamente. Puede
haber mil razones: la memoria, el deseo de fijarla, el homenaje o el recuerdo a
los que nos precedieron (la película está dedicada a los padres del director),
el puro afán de narrar, la reflexión sobre el pasado, la necesidad de
entenderlo o reflexionar sobre él. También, por qué no, el deseo de entender el
presente.
De todo un poco suponemos que habrá entre las motivaciones de la película, pero tal vez pensar en la Polonia de hoy volviéndose hacia lo que vivieron generaciones anteriores no sea la menor de ellas.
Chico conoce chica al poco de terminada la segunda guerra mundial. Él es músico de mucho talento. Ella más joven se presenta a la selección de jóvenes para la formación de los coros y danzas del momento, promovidos por el gobierno comunista polaco. Ella es seleccionada, él es el director, se enamoran. Sin estridencias, sin brocha gorda, sólo a través de la evolución de la agrupación musical pasará el espectador por la Polonia comunista, con un trasfondo claro de consignas políticas oficiales, vigilancia y delación por el que transcurre la vida de los protagonistas. Espeluznante resulta la escena en la que, animados por la administración a incluir alguna pieza política en el repertorio, el coro canta una alabanza a Stalin mientras un gigantesco retrato del padrecito se va desplegando sobre sus cabezas y el público en pie aplaude con frenesí al final de la actuación.
Pero hay en ese mundo que se describe mucho talento y autenticidad, vida a borbotones. Los dos protagonistas tienen carácter, personalidad y talento. Una cierta talla que no es únicamente artística. Él ha recorrido Polonia en camión con dos colaboradores, grabando lo que hoy llamaríamos folclore tradicional, es decir, canciones y piezas musicales populares, interpretadas por los habitantes de los pueblos que recorren. Esas grabaciones servirán luego de base para el espectáculo de coros y danzas en el que ella destaca pronto como bailarina y cantante.
Cuando Victor decida pasarse al oeste, Zula no se atreverá a seguirle por la inseguridad que le produce la falta de una educación más refinada, más parecida a la del músico.
Y aquí es donde en cierto modo salta la sorpresa, por la pintura feroz y ácida del París de los años cincuenta en el que intenta sobrevivir él. Y no se trata de la descripción de un París conservador o reaccionario. Al contrario: bohemia, música, poetas, copas. En primer lugar se nos transmite la sensación desde el primero momento, bruscamente, de que Francia no es Francia: Jazz y Rock ’and roll están por todas partes, se pasa del Este a un Oeste encarnado más que por Francia por los Estados Unidos presentes por todos lados. La transición es extraordinaria, de la nieve a los gruesos mofletes del saxofonista de un cuarteto de jazz. Sobre ese fondo la frivolidad –repugnante- de los intelectuales profesionales, de los bohemios establecidos.
Nuevamente nada de trazos gruesos, nada se nos dice explícitamente, no hay tesis, lo que es uno de los grandes aciertos de la narración. Se percibirá ese ambiente por el deterioro personal que va produciendo en el músico polaco que malvive haciendo pequeños trabajos, temeroso de disgustar al productor que le emplea, dubitativo, servil, perdida casi toda referencia y capacidad de iniciativa. Hasta el punto de que cuando Zula llega a París para encontrarse con él, al poco tiempo no le reconoce y la transformación que percibe les distancia. Menos refinada que él, pero más intuitiva y lúcida, con una sensibilidad a flor de piel, no consigue expresar más que con brusquedad lo que siente, la náusea que le produce todo aquél ambiente. Asqueada por el mundo en que viven y tras varios sucesos que son una cierta bajada a los infiernos morales en el teórico paraíso occidental, ella decide volver a Polonia.
El la seguirá al poco tiempo volviéndose a encontrar en circunstancias especialmente difíciles que la película se atreve a tratar, siempre con ese mismo tono comedido. No hacen falta estridencias para resaltar lo que sucede que tiene por sí mismo enorme fuerza. La narración está magníficamente sustentada por un espléndido blanco y negro, una buena banda sonora y la hermosa manera de utilizar el lenguaje cinematográfico. No les decimos más.
¿Qué es lo que ha sucedido? ¿Qué nos han contado? ¿Es simplemente la historia conmovedora en todo caso de un amor imposible, destruido por las circunstancias? ¿O se trata de una metáfora de las vivencias de los centro europeos de entonces? Seguramente las dos cosas, o al menos eso nos parece. La huida de la cárcel comunista y la pronta decepción de los protagonistas al llegar a Europa occidental son tal vez la imagen de la actual decepción de una parte de la sociedad de aquellos países. Una sociedad que es europea, que no quiere salir de la UE pero que siente una repulsión creciente ante el modelo de sociedad abanderado por la Comisión Europea y confeccionado con una combinación de laicismo militante, ideologías de género, aborto, eutanasia y LGTBI, “Bo Bos” y pijiprogres que cursan con el puño en alto carísimos estudios de postgrado pagados por papá y mamá, internacionalismo, trasiego de masas de población no europea, etc. Les ahorramos más detalles.
Al poco de empezar la película y por casualidad llegará uno de los personajes a una gran iglesia abandonada en la que la cámara se detendrá en unos planos de gran belleza. Sobre una de las paredes en ruina sobrevive una mirada pintada al fresco, la mirada de Cristo, de una gran profundidad y lucidez, con algo de amorosa melancolía.
A esa iglesia y a la misma mirada volveremos al final de la historia, y no creemos que por casualidad. En los hermosos planos con los que recorremos la iglesia abandonada pero viva puede estar la clave de la película, de lo que se nos cuenta, tanto de los personajes que la protagonizan, como de la mirada del narrador sobre el pasado reciente de su país y la presente zozobra europea.
E
De todo un poco suponemos que habrá entre las motivaciones de la película, pero tal vez pensar en la Polonia de hoy volviéndose hacia lo que vivieron generaciones anteriores no sea la menor de ellas.
Chico conoce chica al poco de terminada la segunda guerra mundial. Él es músico de mucho talento. Ella más joven se presenta a la selección de jóvenes para la formación de los coros y danzas del momento, promovidos por el gobierno comunista polaco. Ella es seleccionada, él es el director, se enamoran. Sin estridencias, sin brocha gorda, sólo a través de la evolución de la agrupación musical pasará el espectador por la Polonia comunista, con un trasfondo claro de consignas políticas oficiales, vigilancia y delación por el que transcurre la vida de los protagonistas. Espeluznante resulta la escena en la que, animados por la administración a incluir alguna pieza política en el repertorio, el coro canta una alabanza a Stalin mientras un gigantesco retrato del padrecito se va desplegando sobre sus cabezas y el público en pie aplaude con frenesí al final de la actuación.
Pero hay en ese mundo que se describe mucho talento y autenticidad, vida a borbotones. Los dos protagonistas tienen carácter, personalidad y talento. Una cierta talla que no es únicamente artística. Él ha recorrido Polonia en camión con dos colaboradores, grabando lo que hoy llamaríamos folclore tradicional, es decir, canciones y piezas musicales populares, interpretadas por los habitantes de los pueblos que recorren. Esas grabaciones servirán luego de base para el espectáculo de coros y danzas en el que ella destaca pronto como bailarina y cantante.
Cuando Victor decida pasarse al oeste, Zula no se atreverá a seguirle por la inseguridad que le produce la falta de una educación más refinada, más parecida a la del músico.
Y aquí es donde en cierto modo salta la sorpresa, por la pintura feroz y ácida del París de los años cincuenta en el que intenta sobrevivir él. Y no se trata de la descripción de un París conservador o reaccionario. Al contrario: bohemia, música, poetas, copas. En primer lugar se nos transmite la sensación desde el primero momento, bruscamente, de que Francia no es Francia: Jazz y Rock ’and roll están por todas partes, se pasa del Este a un Oeste encarnado más que por Francia por los Estados Unidos presentes por todos lados. La transición es extraordinaria, de la nieve a los gruesos mofletes del saxofonista de un cuarteto de jazz. Sobre ese fondo la frivolidad –repugnante- de los intelectuales profesionales, de los bohemios establecidos.
Nuevamente nada de trazos gruesos, nada se nos dice explícitamente, no hay tesis, lo que es uno de los grandes aciertos de la narración. Se percibirá ese ambiente por el deterioro personal que va produciendo en el músico polaco que malvive haciendo pequeños trabajos, temeroso de disgustar al productor que le emplea, dubitativo, servil, perdida casi toda referencia y capacidad de iniciativa. Hasta el punto de que cuando Zula llega a París para encontrarse con él, al poco tiempo no le reconoce y la transformación que percibe les distancia. Menos refinada que él, pero más intuitiva y lúcida, con una sensibilidad a flor de piel, no consigue expresar más que con brusquedad lo que siente, la náusea que le produce todo aquél ambiente. Asqueada por el mundo en que viven y tras varios sucesos que son una cierta bajada a los infiernos morales en el teórico paraíso occidental, ella decide volver a Polonia.
El la seguirá al poco tiempo volviéndose a encontrar en circunstancias especialmente difíciles que la película se atreve a tratar, siempre con ese mismo tono comedido. No hacen falta estridencias para resaltar lo que sucede que tiene por sí mismo enorme fuerza. La narración está magníficamente sustentada por un espléndido blanco y negro, una buena banda sonora y la hermosa manera de utilizar el lenguaje cinematográfico. No les decimos más.
¿Qué es lo que ha sucedido? ¿Qué nos han contado? ¿Es simplemente la historia conmovedora en todo caso de un amor imposible, destruido por las circunstancias? ¿O se trata de una metáfora de las vivencias de los centro europeos de entonces? Seguramente las dos cosas, o al menos eso nos parece. La huida de la cárcel comunista y la pronta decepción de los protagonistas al llegar a Europa occidental son tal vez la imagen de la actual decepción de una parte de la sociedad de aquellos países. Una sociedad que es europea, que no quiere salir de la UE pero que siente una repulsión creciente ante el modelo de sociedad abanderado por la Comisión Europea y confeccionado con una combinación de laicismo militante, ideologías de género, aborto, eutanasia y LGTBI, “Bo Bos” y pijiprogres que cursan con el puño en alto carísimos estudios de postgrado pagados por papá y mamá, internacionalismo, trasiego de masas de población no europea, etc. Les ahorramos más detalles.
Al poco de empezar la película y por casualidad llegará uno de los personajes a una gran iglesia abandonada en la que la cámara se detendrá en unos planos de gran belleza. Sobre una de las paredes en ruina sobrevive una mirada pintada al fresco, la mirada de Cristo, de una gran profundidad y lucidez, con algo de amorosa melancolía.
A esa iglesia y a la misma mirada volveremos al final de la historia, y no creemos que por casualidad. En los hermosos planos con los que recorremos la iglesia abandonada pero viva puede estar la clave de la película, de lo que se nos cuenta, tanto de los personajes que la protagonizan, como de la mirada del narrador sobre el pasado reciente de su país y la presente zozobra europea.
E