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lunes, 8 de abril de 2024

Lo de Satur. De los dietarios de A. Bergamota, época de hierro. Cortesía de Calvino de Liphostey, biógrafo autorizado y polígrafo.

Vamos a escribir lo de Saturnina que, si no, se nos va a olvidar. 

Parece que el terrible coletazo que nos ha sacudido el invierno, cargado de viento, lluvia, frío y hasta nieve se va poco a poco alejando. Ya hemos tenido los primeros destellos de esa luz primaveral purísima, cristalina, de una fineza que le deja a uno soñador. De camino al polígono, la gran curva de la M-40 enseña de nuevo todo el perfil de Madrid, de la Moncloa al Pirulí, con las crestas de la sierra nevadas. Lo hace ayer con esa luz primaveral, prístina, como del inicio de la Creación, matizada por la humedad y el verdor consecuencia de la lluvia de estos días. En unos segundos, a la velocidad del coche, pasamos revista a toda la ciudad que desde la altura relativa de la carretera parece colocada en el fondo de un plato hondo sin que por ello deje de lucir espléndida. Paisaje para detenerse a dibujar o a pintar, si se tuviera talento para ello. 

Al salir del garaje por la rampa veo llegar por la entrada general al recinto el coche color naranja chillón de Saturnina. Satur o Nina, depende de quien se dirija a ella, es ingeniero y trabaja también en el poligó. Es bueno precisarlo porque Satur tiene a veces un aire como de despiste, de faltarle un hervor, de no enterarse, y su voz aguda, casi de pito, no ayuda a desmentirlo. Pero es lista, no se crean. Detiene el coche y se baja para acercar la tarjeta a la columna de la barrera y abrirla. Lo hace con su sonrisa y nos saludamos con la mano. La forma en que va vestida seguro que es cómoda, comodísima, tiene que serlo, no puede ser de otra forma. Al abrirse la puerta se escapa del interior del coche un estruendo feroz, la música más dura y cañera que imaginarse pueda, kañera con k realmente. Hasta el punto de que casi me detengo. Sigue sonriendo, se baja sin variar el volumen, abre la barrera y vuelve al coche cuya música, si podemos llamar a ese ruido música, sigue atronando la calle en esta hora temprana y fresca de primavera. Al cerrar la puerta se hace el silencio, un silencio relativo claro, el de antes de la monstruosa fanfarria. Se oyen la circulación del tráfico a media distancia, algún movimiento, voces, pasos, gente, y el piar de los pájaros cantando a la estación. Satur según, me dijo, es una amorosa madre de familia. No dudo de ello, además. Y se llama Saturnina que es algo muy meritorio cuando esta misma semana he conocido a dos Janneth. Misterioso nombre cuya traducción al español supongo que será Juana, sin más.


miércoles, 3 de abril de 2024

Calixto y Melibea a lo moderno, con permiso de Azorín, para la introducción y el final que son prestados.

Desde la ancha solana que está a la parte trasera de la casa se abarca toda la huerta en que Melibea y Calisto pasan sus dulces coloquios de amor.

- Oye Meli.

- Que no me llames Meli, que te lo tengo dicho, ¡narices!

- Melibea, que genio tienes.

- El que me parece.

- ¡Y que rica estás!

- No empecemos.

- ¿Y qué te parece morir juntos por amor?

- Muérete tu primero y luego voy yo. Vamos, si no te importa.

- Ya veo que no te hace gracia.

- Pues claro que sí, ¡los amantes de Teruel, tonta ella y tonta el!

- Es que me aburre esto de andar paseando por los jardines estos, con la otra al loro y eso.

- ¡Las manos quietas que cobras!

- ¡Tampoco es para ponerse así, que uno no es de piedra!

- Cada cosa a su tiempo Isto, te lo he dicho ya mil veces. Y ahora paciencia. La culpa la tienes tu, por enredar con la bruja esa. ¿Pero tú que te has creído?

- Se me cruzaron los cables, la culpa la tuvo…

- Pero qué culpa ni que narices, pues no la caló rápido mi madre. A los dos minutos estaba batiendo palmas y la pusieron de patitas en la calle.

- Me dijo que os conocía y pensé…

- ¡Pero que nos va a conocer!

- Tu padre no dijo nada menos mal, es más caritativo el hombre.

- No es esa la versión de mi madre.

- Mejor dejarlo.

- ¡A ver cuando hablas con él, que estás pasmado!

- Deja que pase un tiempo Melibea, que se olvide del lío con la vieja.

- Tu dile que eres de buena familia, y que tienes posibles, lo del piso amueblado, la casa de la playa, que tienes colocación. Y le invitas a cenar.

- Pues sí.

Todo es paz y silencio en la casa. Melibea anda pasito por cámaras y corredores. Lo observa todo; acude a todo. Todo lo previene y a todo acude la diligente Melibea; en todo pone sus ojazos verdes. De tarde en tarde, en el silencio de la casa, se escucha el lánguido y melodioso son de una vihuela: es Alisa que tañe. Otras veces, por los viales de la huerta, se ve escabullirse calladamente la figura alta y esbelta de una moza: es Alisa que pasea entre los árboles.

Calixto está en el solejar, sentado junto a uno de los balcones. Tiene el codo puesto en el brazo del sillón, y la mejilla reclinada en la mano. Hay en su casa bellos cuadros; cuando siente apetencia de música, su hija Alisa le regala con dulces melodías; si de poesía siente ganas, en su librería puede coger los más delicados poetas de España e Italia. Le adoran en la ciudad, le cuidan las manos solícitas de Melibea. No tiene Calixto nada que sentir del pasado; pasado y presente están para el al mismo rasero de bienandanza. Nada puede conturbarle ni entristecerle. Y, sin embargo, Calixto, puesta en la mano la mejilla, mira pasar a lo lejos, sobre el cielo azul, las nubes.

 

viernes, 22 de marzo de 2024

La montaña. De los diarios de A. Bergamota. Época de hierro.

Volvían a Málaga por la misma carretera. Ella explicaba con extraordinaria verborrea la vida de su familia poniendo en común con todos los pasajeros su mundo y sus cambios. Mis padres han vivido toda su vida en el mismo barrio burgués de París y eran médicos los dos. Claro que viajaban algo, pero sólo por vacaciones. Y ahora tienen un nieto en el extranjero y cada uno en un continente, y yo aquí, en España. Se hizo un pequeño y repentino silencio, esperando el final de la frase. Tal vez por pura intuición, oliéndose que podía sacar los pies del tiesto, pudo acabar con acierto diciendo: …España, que es Europa. Un triunfo, lograr así que el conductor no se saliera de la carretera. 

Bergamota, un poco cansado por la agotadora perorata, al pasar delante de aquel paisaje que le era familiar dijo: 

- Miren, esa montaña es de unos amigos míos. 

- ¿Quiere decir que tienen una casa en la montaña?

- No, no. Exactamente al revés, que esa montaña está dentro de los límites de su finca, que es suya y les pertenece todavía, aunque los tiempos hayan cambiado. Pero ellos no han cambiado y la montaña tampoco, no se mueve. Por el contrario, los dueños disparan sin dar el alto a todo el que sí lo hace dentro de su propiedad, sin tener permiso. 

- ¡Disparan! ¡Mon dieu!

- Si, con perdigones de sal, sin piedad, a mala idea. Nadie con posaderas anchas se arriesga a pasear por allí, nadie con un culazo, como se dice hoy en día en que todo es tan ordinario, se atreve. Es un blanco muy apreciado por los dueños de la montaña, su blanco predilecto. Se dice que mezclan pimienta con la sal. 

Hubo en el coche como un estremecimiento y se hizo el silencio. Se apretaron las posaderas y se inclinaron los cogotes sobre los móviles. Todos menos el de Bergamota que miraba de reojo como se alejaba con la velocidad aquel paisaje familiar. 


jueves, 21 de marzo de 2024

No crea que cuando murmura no se le oye. De los dietarios de A. Bergamota. Época de hierro (esto es, antes de Nava).

Cuando apenas terminada la comida se produjo la estampida, uno de los convidados se asombraba de lo concurrido que estaba el lugar. Bergamota escuchaba con paciencia. Había explicado ya varias veces como son los horarios de comer en España y que en una honrada provincia se respetan escrupulosamente. ¡Es increíble! insistía el convidado, un extranjerote. - ¡Son las dos y está lleno y cuando sean las tres seguirán comiendo! - Claro - contestó Bergamota ya un poco harto-, si empiezan a comer a las dos no pueden terminar a la una y media, ¿comprende? Pero nadie escuchaba ya, miraban los móviles con la cerviz doblada. Esto sin duda salvó a Bergamota que con ese comentario punzante se la había jugado. Una voz a su espalda dijo sin embargo por lo bajini: - No crea que cuando murmura no se le oye. 

Calentando motores con unos apuntes de otro año, por A. Bergamota.

Unos apuntes taurinos recuperados. 

Me acerco solo a la plaza para la primera tarde de toros de esta temporada. Produce cierta emoción. De nuevo la variedad de tipos que se ve por aquí: el tío recio que ha venido de su provincia con la cara ya tostada por el sol, la vieja de medio palmo, la familia que se acerca a la plaza, después de comer juntos. Han quitado el estanco de la plaza. Lo busco pensando que me he despistado y con la sorpresa se me olvida coger un programa. Una exposición tirando a fea, salvo por algún collage que se salva. Pero se me ocurre que podría hacerlos yo en casa igual. Detrás de una de las vitrinas una enorme foto de El Juli, ¡reproducida con petit point! Asombroso, único, inexplicable. Tarde soleada, un arenero riega el ruedo con cierto donaire. 


Y del año pasado sólo me acuerdo de dos corridas de toros con algún detalle, con alguna emoción. La tarde de Gomez del Pilar y la tarde de Robleño, cada uno con un toro de José Escolar. Toma claro, y también nos acordamos los demás. Que no es a las seis, que es a y media. Vaya, pues hemos llegado al alba como quien dice. El run run de conversaciones revoloteando sobre la plaza, la gente se coloca y suenan los timbales. Cuarto de entrada. Un bravo y valiente novillo de Montealto, muy por encima del novillero, que muere en los medios queriendo embestir. Fuerte aplauso en el arrastre. No se sabe por qué, el público ha aplaudido a los alguaciles cuando salían a la plaza. Serán las ganas de aplaudir a todo lo que se mueva.

Antonio y sus comentarios: Entonces no se comía en la plaza, estaba muy mal visto, eso era de plazas de pueblo. Sólo se fumaban puros, grandes cigarros habanos. A Bienvenida no le gustaba que le tiraran flores, decía que era cosa de muerto. Nos cuenta luego la historia del Dominguín con el espectador del tendido 9, oculista de la calle general Mola.

martes, 20 de febrero de 2024

Pipismo parisino. A. Bergamota.

Pipa al estilo Edgar P. Jacobs.
Vi en París un día a un señor de excelente pinta, tal vez de mi quinta, que yo ya soy como no me veo, con pantalones de pana de un verde encendido de magnífico paño, sacudir la pipa sobre el talón del zapato. Presencié en directo un gesto a lo Maigret, civilizado, pipero. Como la tienda de pipas del palacio real de la misma ciudad. 

Poitiers. Un apunte de los dietarios de A. Bergamota. Cortesía de Calvino de Liposthey, estudioso.

“Fue [la Edad Media] una época de autoridad indiscutible; no es culpa suya que la hayamos perdido para siempre y que, en lugar de ello, seamos arrastrados por las olas de las mayorías venidas desde abajo.”

 Jacob Burckardt, Juicios sobre la historia y los historiadores.  

Poitiers es la ciudad provinciana dónde paró un día Juana de Arco camino de Orleans. Las separan doscientos kilómetros, varias jornadas a pie, al menos diez etapas de veinte kilómetros cada una si un ejército de entonces podía desplazarse a ese ritmo. Poitiers es también el lugar dónde Carlos Martel frenó a los sarracenos, tan adentrados ya en Francia si pensamos que se encuentra a casi quinientos kilómetros de la frontera francesa. Es finalmente la ciudad provinciana de mis bisabuelos maternos y dónde nació mi abuelo -aunque fue pronto parisino-, la ciudad de dónde partía en tren su padre a París para defender a Maurras en sus infinitos pleitos. 

Las iglesias abiertas y vacías huelen a humedad. Es un olor de la infancia, el de esa piedra caliza, piedra que nunca se seca. Están pobladas por esas hileras de sillas de mimbre, vacías, sujetas unas a otras, como en formación militar inamovible. Apenas permiten arrodillarse. Y están también esos santos esculpidos en mármol gris del XIX, tal vez del XX, en cierta forma imágenes recién llegadas. Parecen los templos de un culto extinguido, ido hace tiempo, recordado por la belleza de sus viejos monumentos, por la fábrica imponente de su arquitectura. Los recorren los turistas y los estudiosos del pasado, del arte, de las religiones. Algunos pasan sin ver nada. Otros conocen perfectamente todo lo que ven y saben nombrar cada rincón, cada pieza, pero tampoco ven mucho. Todo lo preside una contemplación fría. Cuesta incluso encontrara el sagrario. En la iglesia de Saint Porchaire recordamos la historia de Santa Radegunda. También vemos una rata negra corretear. Francia parece la viva imagen de la desolación religiosa, quiero decir católica. Y sin embargo, de allí salieron todos aquellos escritores renovadores del catolicismo a los que se refiere Jiménez Lozano en su libro y que tanta importancia tuvieron para varias generaciones. 

La ciudad es vieja, serena y hermosa. Su tono gris se ve realzado por un espléndido cielo azul de nubes estáticas. 

domingo, 18 de febrero de 2024

Comentario a un texto que no se cita. Ni tampoco se enseña. Ni nada. Es carta a la redacción de Timofeevich Polukhin García, hombre sensible.

Gracias por tan bonita entrada tan clarificadora en el sentido que voy a intentar explicar. Si he entendido bien, la forma recta de entender las cosas es esta: un Dios que no falla y que se duele cuando fallamos nosotros. Sin embargo, parece que pocas veces el hombre común se refiere en su día a día a ese amor de Dios. Creo que se decía antes, lo oía yo de pequeño a menudo de boca de una de mis tías, “todo se acaba menos el amor de Dios”. A nuestro alrededor, sin embargo, son frecuentes las referencias a un Dios justiciero, que lleva cuenta de los errores y pecados, que provoca el rechazo de quienes han tropezado, que en lugar de sentirse perdonados y acompañados, sólo perciben la sentencia por el fallo cometido. Ese rechazo, derivado de una incomprensión radical, se extiende a la Iglesia. Antes acusada de ser represora, oscurantista y cercenadora de nuestra libertad. Hoy que tanto se ha suavizado, hasta extremos de inaudito sentimentalismo, se la sigue rechazando tal vez porque nos sigue recordando, pese a todo, que no hay más que un solo Dios, y no somos nosotros. El caso es que no ser capaz de ver las cosas como se describen en la entrada aleja a mucha gente de la alegría y el consuelo que representan la Fe y los Sacramentos. 

Atentamente,

Timofeevich Polukhin García.


Los incumplidores. Nota de cuando el encierro pandémico. A. Bergamota.

¡Bueno, mira eso, un tío andando por la calle tranquilamente! Menos mal que me ha pillado limpiando el rifle. ¡¡Bam!! Un incumplidor menos. Como ha caído, sin un ruido, como un saco de plumas. Como no se me había ocurrido antes, lo que tengo que hacer es apostarme aquí, vigilar, cazar incumplidores…


martes, 6 de febrero de 2024

Comentario a una película que no se cita. Adivinen cual es. Por A. Bergamota, polígrafo.

Siempre se vuelve a Ford, literalmente. Muy a menudo me ha pasado, tras un día de especial cansancio o melancolía, sin fuerzas para la lectura, pero con ánimos para una película. La elección suele ser Ford. En su cine está pintada la vida misma, con toda su riqueza, con toda su belleza y con sus sinsabores y amarguras. Su cine ayuda a tomar una cierta distancia frente a uno mismo, frente a las cosas que nos pasan. Es como si nos dijera: mira, el mundo funciona así, esto es lo que hay, pero ¿a qué es extraordinario?

La película implícita es tal vez una de las más refinadas y sutiles de Ford, que es mucho decir. El tratamiento de la guerra civil, tan presente por alusiones a lo largo de toda la película, es sencillamente magistral. De ese tono podríamos aprender nosotros para abordar la nuestra. La cena a la luz de los grandes candelabros y la serenata con que concluye aúnan belleza estética, cuidado exquisito de los detalles y un lirismo difícil de superar. Pero es en el tratamiento de la relación entre el coronel y su mujer dónde Ford toca unas fibras y llega a unos matices que están al alcance de muy pocos. Tanto la forma de narrar por parte del director como la propia relación entre los personajes de ficción –distancia, resentimiento, odio, amor, comprensión, perdón, reconciliación- son de una fineza y de una delicadeza de sentimientos muy poco comunes.
En cuanto a la cuestión india, ni siquiera en Ford, ni siquiera en su último western (que no es esta película implícita), encontraremos nada que se pueda acercar, ni remotamente, a considerar al indio como prójimo. No hay en ese mundo un Juan de Zumárraga, un Tata Vasco, o un Garcilaso de la Vega el Inca, quien, ya retirado en Sevilla, pudo contar el encontronazo entre el mundo de su padre, hidalgo extremeño, y el de su madre, princesa inca. Pero nos ha faltado un director con el talento y la falta de complejos de Ford para contarlo.


martes, 16 de enero de 2024

Tiorras y tiorros. Pipa. Un extracto de los famosos cuadernos de A. Bergamota.

Homenaje -modesto- a E.P. Jacobs.
 Dice mi amigo Genaro que no hay nada más destructivo para la relación entre un hombre y una mujer que descubrir que el otro es simplemente tonto, sin más. Sabe mucho Genaro y ha descubierto alta tontería en toda una larga fila de tiorras que forman disciplinadamente en su ajetreado pasado. Todos esperamos que la actual se revele de una vez por todas tan inteligente como curvilínea. Genaro es difícil. 

Vi en París un día a un señor de excelente pinta, tal vez de mi quinta, que yo ya soy como no me veo, con pantalones de pana de un verde encendido de magnífico paño, sacudir la pipa sobre el talón de un magnífico zapato izquierdo. Un gesto de Maigret, civilizado, antiguo. Como la tienda de pipas del palacio real, que en francés se escribe Palais Royale. Hay gente que presume de idiomas. ¡Cuántos bofetones se pierden!


lunes, 15 de enero de 2024

Belleza. De los cuadernos de A. Bergamota. Cortesía de Calvino de Liposthey, editor.

Hay chicas, mujeres realmente, que afeccionan el ancho pantalón de cuadros, como de comedia del arte, el zapato plano con hebilla, un calcetín corto, que remata una pernera de pantalón ancha, porque anchos son sus muslos, todo se da un aire de pirámide al revés. Andan sobre dos pirámides al revés, los cuadros del pantalón van a juego de una rebeca de ganchillo blanco, y llevan lazos en el pelo, a veces una coleta corta. Sonríen y son inteligentes, con un aire sereno y maternal. No hay duda de que la mejor compañía para ellas, y para otras muchas, para casi todas, seria media docena de hermosos hijos y un marido que fuera un apoyo firme como una vieja catedral medieval, un puente romano, una muralla de vieja ciudad castellana. Pero muchas de ellas están solas, con sus hojas de cálculo y su jerga profesional dicha en inglés, y con los pantalones de cuadros y el lazo en el pelo, alguno se atreve todavía, incluso, con unos pendientes de perlas. 

lunes, 13 de noviembre de 2023

De los dietarios de Alcides Bergamota. Apuntes desde un tren.

El tren va a toda velocidad, y el paisaje desfila como una película, cambiando constantemente. Ahora una llanura sembrada de álamos se detiene ante las altas paredes de un cortado que nosotros atravesamos por un túnel. Queda atrás la imagen y surge ahora, a la salida del túnel un páramo ocre, irregular, delimitado a lo lejos por la línea oscura que forman los montes que se levantan hasta dónde la vista alcanza, bajo un cielo luminoso, azul, hermosísimo, punteado de nubes, aquí y allá. Apenas empieza a anochecer. El páramo se suaviza, la aspereza ocre deja paso a una llanura que verdea, lo que intensifica la luz. Un tractor, un pueblo adosado a un cerro. Por la mente, como el paisaje ante la ventana, desfilan cien cosas. 

Antes de deshacerme de los cacharros, fisgo noticias, redes sociales, grupos, todo alrededor de lo sucedido ayer. Luego correos de trabajo, cabezada, paisaje, un ojo se va a la película que proyectan en el tren, muda puesto que ya no llevo auriculares. Barcelona es una ciudad bonita, antipática por todo lo que la rodea antes de llegar. Pero agradable y acogedora al llegar a ella, como si la realidad de andar por una de sus calles en un día de sol y temperatura suave nos alejara de noticias, actualidad, política, nacionalismo. Como si todo eso formara una especie de atmosfera que atravesamos y dejamos atrás al aterrizar en la realidad. Paseo desde la estación hasta la oficina, por la avenida de Sants, sobre todo, hasta Pintor Tapiró. Me hace gracia lo que veo, me hace gracia que nos quieran convencer de que aquello no es España o que es especial: bares, panaderías, bares, estancos, nuevamente bares, tiendas de zapatos con zapatillas de pueblo, gente fumando, catalán, español, una bonita luz, el sol calentando un parque presidido por la estatua de algún personaje de la mitología, con pelo hirsuto y mirada de fauno. Algunas páginas del libro de Bensoussan sobre la memoria y el exterminio judío. Llanura y cielo, nada más. 



martes, 18 de julio de 2023

Poligonada, poligonerismo, poligonerías, poligó.

 

Volviendo de tomar café en el polígono me cruzo con dos furgonetas. La primera forma ya parte del nuevo orden transnacional: es blanca, tirando a cochambrosa y la conduce un chino con gafas de sol, un chino estiloso, moderno, con corte de pelo de película oriental, droga y artes marciales. En uno de los laterales de la enorme caja de carga lleva una pintada en inglés que dice “bad bitch”. Nada menos, hasta las groserías en inglés. La segunda es más nuestra, más castiza. Del mismo estilo, blanca también pero más cuidada, lleva el rótulo “Chatarrería el Rubio”. La conduce un paisano entrado en años, algo fuerte, como dirían en mi pueblo, vestido con camiseta negra y acalorado. Va con el aire acondicionado que consiste en llevar la ventanilla bajada. Nos miramos al pasar, sin indiferencia.

Mesilla.


 

domingo, 16 de julio de 2023

Comentarios a un cuadro implícito (no sé si captan el sentido homenaje y guiño).

Lo que más me llama la atención es como en ese inmenso y severo edificio, dónde hasta el león parece diminuto y casi insignificante, el pintor consigue que el rincón dónde trabaja el santo transmita sensación de paz y recogimiento, con ayuda de la madera de la tarima y del techo que presta su calidez al ambiente de ese rincón, en contraste con la piedra fría del resto y de la chimenea gigantesca y apagada.

¿Qué decir de Carpaccio? La respetuosa y sutil comicidad de la escena no es lo menos destacable desde luego, con ese Santo un tanto orondo y tal vez algo guasón, el ojillo encendido y como una sonrisa contenida, apenas esbozada tras la espesa y extraordinaria barba blanca.

Supongo que mi aproximación es muy superficial, pero esto es lo que me sugiere a bote pronto.

Un cita.

“La gente sin esperanza no sólo no escribe novelas, sino, lo que es más importante, no las lee. No examinan detenidamente nada, porque les falta el valor. El camino de la desesperación es negarse a tener cualquier tipo de experiencia, y la novela, por supuesto, es una forma de tener experiencia. La señora que sólo leía libros que la edificaran estaba siguiendo un camino seguro, pero también un camino sin esperanza. Ella nunca sabrá si se ha edificado o no. Pero si leyera alguna vez por error una buena novela, sabría muy bien que le está pasando algo». Flannery O’Connor

jueves, 13 de julio de 2023

Un apunte del dietario de A.B. Cortesía de Calvino de Liposthey.

Empecé ayer un episodio nacional, Los cien mil hijos de San Luis, reanudando con las aventuras de Salvador Monsalud, la hermosa Genara, Pipaón y compañía. Galdós me gusta, me sigue gustando y más me gusta cuanto más pasa el tiempo y más lo leo. Ya se ve que le gusta, ya. Es como leer algo familiar, nuestro, vivo, sensación que viene del idioma que utiliza, de cómo redacta, como escribe, como mira, lo españolísima que es su obra. En fin.

Me llega, que se pone a la cola, la segunda parte de Una danza para la música del tiempo, de Anthony Powell. Son las novelas aglutinadas bajo el título Verano. El ciclo anterior me gustó mucho. El primer párrafo de este, que leo a hurtadillas al recibir el libro, me entusiasma. Es verdad que aquí vamos a un universo traducido. Pero Javier Calzada parece un excelente traductor, lo fue desde luego por lo que al primer volumen se refiere. Pasear, leer, charlar, dibujar, mirar, dar gracias a Dios.

jueves, 18 de mayo de 2023

Los Maños en las Ventas.

Ayer novillos bien presentados, realmente una corrida de toros, de juego variado e interesante, con casta, de comportamientos cambiantes según se les hacían las cosas, mirones, no se les escapaba un movimiento del callejón, alguno difícil. Frente a ellos, prácticamente nada. Novilleros con la
mono faena, porque ya no hay únicamente mono encaste -lo de ayer era excepcional- sino mono faena. Ponían la postura y esperaban a que pasara el toro, pero con los Santa Coloma de los Maños, aquello no funcionaba. De ahí los revolcones, las coladas con capote y muleta, los sustos, los capotes por el suelo. Además, todos ellos mataron pésimamente. Chicos que salen de escuelas de torear y ni siquiera se colocan correctamente. Sinfonía de estocadas traseras que son verdaderas puñaladas.

lunes, 24 de abril de 2023

Un apunte sobre Una danza para la música del tiempo, de A. Powell. Extraído de los dietarios de A. Bergamota.

Termino el segundo volumen de Una danza para la música del tiempo: Verano. Comprende tres novelas que son En casa de Lady Molly (1957); El restaurante chino Casanova (1960) y Los bondadosos (The kindly ones), de 1962. Sin duda tiene Anthony Powell talento y la obra como fresco tiene mérito, belleza, y se lee con interés, particularmente la evocación de la infancia, de niños, adultos, servicio, campo. Son agudos también y logrados los personajes, su caracterización, sus retratos y el entramado de relaciones. La narración es ágil con momentos realmente excelentes de acierto en la descripción psicológica y acierto al plasmarla en el texto. Un ejemplo sería el diálogo entre Nicholas Jenkins y Lady Warminster en la primera novela , realmente magnífico[1]. Llama mucho la atención la casi total ausencia de vida religiosa. Acaba resultando asombroso, también, el constante baile de relaciones sentimentales y la promiscuidad entre unos y otros. La ausencia de trascendencia quita consistencia a la narración y puede llegar a hacerla por momentos trivial. No resiste por ello la comparación con el Retorno a Brideshead de Waugh. Se salva el tomo por la belleza formal y por la mirada curiosa del protagonista sobre el mundo. Lejos de ser una marioneta, logra mirar a su alrededor y dejar constancia de lo que ve, dando un acertado retrato de un tiempo y un lugar. Su tiempo y lugar quizá fueran simplemente así. Subyace en la narración un tono poético, muy ligero, a veces apenas insinuado, propio de quien mira hacia atrás sin ira y sin ánimo de ajustar cuentas. Este es el elemento que sin duda salva a este volumen de la trivialidad que a veces se insinúa y de la sordidez moral con que viven varios de los personajes protagonistas. Habría que añadir a ello la presencia de un muy sutil sentido del humor -no sé si es el tan mentado humor británico o pura excentricidad, o humor montado sobre la excentricidad-, como cuando la madre del protagonista al referirse al estado de ánimo de una doncella de la casa dice: “(…) Pensé que no tenía buen aspecto. Yo ya sabía que era una consumada malade imaginaire, pero, después de todo, había visto un fantasma y no estaba demasiado bien de los nervios. La verdad es que no es justo obligar a los sirvientes a dormir en una habitación hechizada, aunque yo tenga que hacerlo también. Pero… ¿en que otro cuarto podíamos ponerla? No podía sentirse más asustada que yo algunas veces. (…)[2]”. Toda la descripción de Albert que se da al comenzar el capítulo tercero de Los bondadosos va en ese sentido, mezcla de precisión, agudeza, gracia y serena objetividad -tal vez sea la serena objetividad de la mirada del narrador lo que da el tono a todo el libro- no exenta de humor: “Ahora había sentado las bases para convertirse con el tiempo en un hombre gordo, con los privilegios profesionales y la nada desdeñable posición en la vida que suelen corresponder a los gordos. Mantenía aún su crónico cansancio de espíritu, con una ironía brutal en su descarnada visión de las cosas.” De las tres, tal vez la mejor sea la primera, En casa de Lady Molly, si exceptuamos -o le añadimos- la evocación de la infancia que es la parte esencial del tercer libro, Los bondadosos. Pero, puesto que se trata de un fresco, de una amplia panorámica, no la cortemos por la mitad. Empecemos por el volumen anterior, Primavera.


 



[1] En casa de Lady Molly, página 184.

[2] Los bondadosos (The kindly ones), 1962, página 460 de la edición de Anagrama.