La primera pregunta que uno debería hacerse para
entender la aparición del personaje parece obvia: ¿En qué estado de
descomposición de encuentra la sociedad occidental para que los dos candidatos
presidenciales sean gente de la categoría de Trump y de Hillary? Porque si es
difícil alegrarse por el triunfo de Trump, es una prueba de vigor moral y
mental, alegrarse de que la pavorosa, translúcida y apergaminada Hillary se la
haya pegado.
Todos esos medios al servicio de un partido, de un
pagador, sin la menor independencia, todo ese progresismo bien-pensante y
perdonavidas, toda esa clase política cerrada sobre sí misma, que nos ordena cómo
vivir y cómo pensar mientras nos esquilma, que nos insulta y nos mete en el
saco con la etiqueta “deplorables” si no obedecemos, que impide llamar a las
cosas por su nombre, que desafía lógica, conocimiento, hechos, sentido común;
que carga contra las tradiciones de occidente –o lo que queda de ellas-, contra
la familia, el catolicismo, la cristiandad, el espíritu crítico, los
fundamentos de la libertad, de la educación ¿no tendrán todos ellos algo que
ver con lo que sucede?
Todos ellos: Una mayoría de medios, los progres en
masa y una mayoría de políticos, todos ellos enfermos de orgullo y egolatría
hasta el extremo. Y tal vez nosotros, por la incapacidad de articular una
respuesta organizada que vaya más allá de la resistencia individual, casi en el
fuero interno. Piensen que estas palabras estarán ya causando escándalo.
Y es que cuando la realidad no encaja en su esquema
entonces, todos ellos, pretenden cambiar la realidad o ignorarla. Si la
educación en Occidente sufre horas bajas no es por falta de principios, por el
abandono del esfuerzo y del mérito, de la lógica, del respeto al profesor, sino
por falta de dinero, y venga a gastar sumas ingentes. El hábito de justificar
al agresor –que careciendo de voluntad actúa no por sí mismo sino movido en
realidad por la maldad de su entorno- y culpabilizar a la víctima –algo habrá
hecho- se ha generalizado en todos los ámbitos de la vida social. Si no gana
nuestro candidato, llamamos a la rebelión, montamos manifestaciones contra el
vencedor, explicamos que el sistema que para ganar nosotros si es válido,
cuando hemos perdido está gripado, corrupto, trasnochado. Y por supuesto
cargamos contra la mayoría que ha elegido presidente. Cuando no actúa como
queremos ¡ni siquiera la todopoderosa mayoría tiene ya valor! Recordemos los
españoles que esa mentalidad no es de hoy. Fue la que acabó con la segunda
república española.
¡Vaya soflama dirán ustedes! ¡Que exageraciones,
tampoco es para tanto! Cada uno, es verdad, le da importancia a cosas
distintas. Pero sí que existe una razón por la que es muy grave que se esté
dinamitando lo que podríamos resumir como tradición de Occidente. Y no voy
ahora a repasar en que consiste dicha tradición. Si no lo saben ustedes mal
estamos. La razón es que no hay libertad sin tradición y que sólo son libres
las sociedades que basan su libertad en un sistema de tradiciones vigente que,
siendo compatible con la libertad, la sustenta, permite que se ejerza y le
suministra anticuerpos contra la tentación utópica, contra la soberbia
reguladora, contra el estado sacado de quicio, contra el jacobinismo rampante y
contra las gordas. Contra las mentalidades gordas, gruesas, entiéndase lo que
quiero decir, frente a las mentalidades egregias.
Terminaba
de esta manera su pequeña charla el gran polígrafo. No cabía un alfiler en el
salón rojo del Casino de Nava de Goliardos. En el programa de actividades podía
leerse “Comentario de actualidad”, por Alcides Bergamota el Grande. A las 13:00
horas. Antes una conferencia sobre palimpsestos, después de un comentario a dos
voces sobre tauromaquia –repaso de la Temporada y estado actual de la Fiesta-,
a cargo de un crítico venido de Madrid y de un aficionado local, reseñador
puntilloso a sus horas. Después de comer, una lectura de poemas, seguida de una
mesa redonda para poner fin a la jornada cultural patrocinada por Doroteo y por
la Fundación Tato para Varones Desahuciados.
La
jornada, en realidad un día completo al que se añadía el programa de cine en
tardes sucesivas, se había mantenido contra viento y marea. Contra los que acosaban
a los organizadores –patrocinadores y junta directiva del Casino- señalando que
el formato y los contenidos eran una antigualla, que faltaban perfórmanses, preferentemente de
contenido subido de tono, ¡que faltaban mensajes, odas sáficas, instalaciones y
detritus! Era penoso, les espetaban, que el programa no estuviera traducido al
inglés. La falta de contenido verdaderamente audiovisual era intolerable – el
ciclo de cine con películas de Ford, Lang y Manckiewicz, Chaplin y Neville
había sido motejado de pintura rupestre, de herrumbre sin vigencia. Pero el
mayor reproche que se les hacía desde el grupúsculo de oposición manejado por
Spotti, desde las instituciones culturales de la autonomía y de la capital de
provincia, el colmo del horror sin duda, era que no participaba ninguna
institución pública.
La
modesta jornada cultural no daba pie al pago de ninguna subvención. ¡Sois unos
paletos conio!, les reprochaba Fidelio Lentini Spotti. Tirando de cuatro hilos
y contratando a unas performers te llueven los euros, un poco de LGTB y nos
hacemos de oro. ¡Dejadme participar y os lo arreglo! Doroteo llevaba años
rechazando las ofertas del satánico Lentini. Vete a la mierda Lentini. ¡Cómo me
sigas tocando las narices el año que viene Nobleza baturra y un ciclo sobre
Juana de Arco y verás cómo llenamos también!
Y es
que con su modesto formato, dos conferencias, la charla a dos voces, unos
poemas, cinco películas en dos días, se llenaba el salón rojo, se llenaba la
modesta sala de cine, se aplaudían las películas al final y se seguía con
interés el coloquio posterior. No acudían grandes masas, no se descubría la
piedra filosofal, pero tampoco se vivía un retablo de las maravillas. No había estafa,
ni cultural ni al erario público.