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jueves, 14 de noviembre de 2013

ADRIANA Y BRUNO LATTES


Amalio Cretona no tiene vergüenza. Se ha cansado de que le hagan esperar. Saca la chorra y mea con fuerza contra la puerta, durante cinco buenos minutos, con toda potencia y brutalidad desde sus casi dos metros de corpulenta altura. Riega a conciencia la puerta cerrada, sin soltar una palabra. El chorro es atroz e imponente, un meado denso, esparraguero, de brandy y nicotina. De repente se acerca el portero, entre indignado y asustado, pero oiga, pero bueno. Cretona le mira tranquilo y le dice, poniendo vocecilla imposible, que no ha habido forma de aguantar, sabe usted, es por la próstata, que ando un poquillo delicado y a continuación suelta un fuerte regüeldo cavernoso que despeina al portero sobrecogido de espanto. Pulardo, el amigo Pulardo, que ha visto la escena desde lejos se acerca corriendo.

-          ¡Pero hombre Amalio que guarro eres!
-          ¡Llevo una hora llamado, leñe!
-          ¡Pero hombre! Si la tertulia no es en este número, por favor. ¡Pero si esto es una casa de pisos! Si hemos quedado en casa de Doroteo. Cretona estás gilipollas.
-          Oye sin faltar que un despiste lo tiene cualquiera.
-          ¿Y la meada es un despiste? Qué barbaridad se va a deshacer el portón. Anda vamos.
  
Estaba claro que era Adriana la que se follaba a Bruno Lattes el abogado y no al revés. Así de finamente expresaba las cosas Tato, que estrenaba tertulia literaria. Muy mal, muy mal, hay que encontrar los matices protestaba Doroteo, no se pueden expresar las cosas así, esto no es el bar de la esquina. Habían acudido Amalio Cretona, gigantesco, el amigo Pulardo, don Manolito y don Estrafalario, que se habían pedido prestados a don Ramón, Argimiro, Fidelio Lentini y se esperaba que acudiera Pomarada. Alcides fumaba en silencio, un habano untuoso, grande y tranquilón, el habano y Alcides, tal para cual esta vez.

- ¿Te parece que hay poco matiz en mi frase? Todo está en ese “y no al revés”.
-  El primo de Bruno Lattes, Pomodoro Lattes es un garañón.
-  ¿Y eso que tiene que ver?
-  No, nada.

Tato prosigue tratando de ser más delicado y fino, tratando de adoptar lenguaje de sesudo crítico.

-  La delicada pluma del novelista describe a Adriana como rubiarosada. Está ahí, tendida sobe la cama, el pelo rubio, casi paja, el resto, porque claro, está en cueros vivos, rosa y pimpante, entre bollo y venus. No sigo que os encendéis.
-  Hombre por favor, que ya somos mayorcitos- protesta Doroteo, con los ojos brillantes.
-  Buenos, pues noches y noches, él se cuela por la ventana y allí con el pimpollo dale que te pego. Pero luego de repente, se acabó. Ella le manda a paseo. Por judío. Es que el libro toca muchos temas, ya sabéis que yo voy a lo mío, hilando alrededor, pero toca muchos temas, no sé cómo no lo había leído antes. Vamos que fuera, por judío pero yo creo que también por picapleitos.

Doroteo interrumpe brevemente:
-          Todavía no se ha escrito la novela en que el pimpollo y el abogado, en un apretón, se lo hagan sobre la negra toga del picapleitos extendida para la ocasión, oscuro tálamo.

Alcides levanta los ojos al cielo, siguiendo con la mirada la voluta azulona que se pierde en las alturas del palacio de Doroteo. No ha sido mala idea no esta reunión literaria. Bien es verdad que la forma en que Tato aborda la obra de Bassani no deja de ser tangencial y no poco original. Fascinado por Adriana, “Era alta, Adriana, bronceada, pacífica, potente. Mientras que él, nervioso, esquelético, descolorido de piel (…), en paciente espera de ella, la vamp americana y aria (…)”. Sin embargo la obra de Bassani, agrupada bajo el título La Novela de Ferrara, es deslumbrante. Salvo en el relato titulado La Garza, que parece un derrape, hay una maestría en el relato y una belleza y una delicadeza en la evocación del pasado, en el entrelazarse de los personajes y en el juego con el tiempo, la historia y la ciudad, verdaderamente hermosas. De manera que pasamos de la individualidad más absoluta, de la introspección infantil o sentimental a la vida colectiva y social, en un permanente ir y venir asombroso, en el que la ciudad, como por otra parte puede resultar obvio, cobra de alguna forma vida. El viaje entre lo individual y lo colectivo se ha ce más sutil, complejo, se abre a una gama de tonalidades mayor pues dentro de cada uno de los dos polos encontramos la subdivisión que supone la existencia de una comunidad judía en Ferrara. Tendremos en el círculo de lo individual, lo judío y lo demás, lo católico; pero también el niño y el adolescente enamorado por primera vez; la sinagoga y la iglesia; las comunidades religiosas y las comunidades políticas; la ciudad y el campo, la llanura y la montaña, el juego de las estaciones, el juego de las clases sociales, la ciudad y la región, las regiones e Italia, la cronología personal y la de la historia de Europa. Y la interrelación de todos esos mundos entre sí, sin fin de círculos maravillosamente dibujados, produciendo toda clase de formas y fuerzas, pintadas con humor y crudeza a veces, en simple boceto o apunte otras. Un fresco extraordinario pero que en gran parte sólo conocemos a través de dibujos preparatorios, de anotaciones, de apuntes al carboncillo unas veces, difuminados, y otras a la tinta china, precisos y agudos, sin aguar. Tal vez el mayor logro, la mayor delicadeza, la más alta belleza la logre el autor, aunque no únicamente ni mucho menos, en el relato titulado El Jardín de los Finzi-Contini. En aquél jardín, en aquella casa, en aquél pasado, parece que estamos sumidos, que allí seguimos, al pasar las páginas, y aún ahora, con el libro cerrado.