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sábado, 4 de abril de 2020

Paisaje.


Esta reclusión, nos hace pensar en el exterior, exterior por el que a menudo hemos paseado antes sin prestar atención, sin mirar.





miércoles, 15 de enero de 2014

AL MORIR UN POETA (conglomerado de la REDACCIÓN, sobre la base de un reciclado de asteroides electrónicos)

Ha muerto Juan Gelman. Es un poeta al parecer. No hemos leído ni un verso suyo, ni una línea. Hoy oímos su voz en el programa de radio que le rinde homenaje. Probablemente una de las cosas más atroces que pueden oírse, después de escuchar una retransmisión deportiva, después de soportar la monstruosa voz del periodismo deportivo español, es padecer el periodismo cultural. Su engolamiento, su pretensión literaria, su pose, su roce promiscuo con los autores, producen escalofríos, vergüenza ajena. Murió Juan Gelman, descanse en paz. Carece de importancia, una muerte más, o tiene tanta como la de Pepe Picha. Oír el bombo de la mayoría de periodistas, sus voces impostadas, sus poses, sus intentos de decir algo no teniendo nada que decir, da asco.
- Tendrás que hacerle un haiku.
- El gran Ambrosio Gelman, al que todo el mundo leía.
- No hijo, es Juan, primo de Ambrosio. Todo el mundo lo leía y se metía luego los poemas por el cucu.
Juan Alberto Cucu es otro poeta definitivo, errante sensibilidad, incurable tristeza, desgarrado mirar, gran patada en las pelotas, icono del cono, del cono Sur.
Su poema más famoso es Cucu cantaba la rana.
- Es un porno poema, obscenamente heroico. Con esta frase creo que estoy ya listo para recibir algún premio o escribir en un semanario cultural de algún periódico gochista.
- Escribir con el cucu.
- Fue autor del poemario La ciudad herida, trasunto de experiencias de arrabal a las que volvió tras el tropiezo sufrido con su antología de verso libre Por detrás me gusta más.
- No dices nada de su paso por la ciudad de las luces… Querido Juan Alberto Cucu.
- ¿Querés decir Hurcha, la de las mil farolas hieráticas?
No hijo, París, cogollo del nudo gordiano de su poemario onírico. Las tardes paseando por las riberas del Sena, con el ceño fruncido, en busca de los versos pérfidos y perdidos. No mencionás la Peniche, su poema más desgarrador, sobre el marinero en la botella rosa.
- Aunque fuera un triste montonero, porque sufrió el drama feroz del asesinato de un hijo, leeremos un día algún poema del poeta de la hermosa voz grave, a ver qué tal, cuando hayan callado por fin los corifeos.

lunes, 22 de octubre de 2012

NOTA DE LA REDACCIÓN: MARINA DE PORTINAX

Nota de la redacción

A continuación y con carácter de excepción a su habitual silencio, se va a manifestar, como si de una aparición se tratara, la redacción cepogordista, órgano colegiado.

En los últimos días varias de las entradas de nuestros colaboradores han sido comentadas por distintas personas. Algunas no se han identificado, lo que por otra parte, a la vista de su aportación, comprendemos. Otros comentaristas si lo han hecho. Cepo Gordo optó en su día por el comentario abierto, sin censuras, y hasta la fecha se mantiene igual, incólume. Ello pese a los comentarios soeces vertidos sobre la delicada Marguerite y pese al ataque personal sufrido por nuestro querido Alcides Bergamota, persona vulnerable y especialmente sensible, en su exilio provinciano, a estos ataques malvados.

Pero no quiere la redacción mirarse el ombligo. Dice Albert Boadella en una entrevista que hoy lo tradicional es lo revolucionario. ¡Que razón tiene este hombre! Tampoco queremos hablar de Albert Boadella, aunque nos cae estupendamente y lo que dice coincide en gran medida con lo que esta redacción piensa, en su modestia, desde los lejanos tiempos de la facultad, del campus universitario sembrado de basura. ¡Que pena que no tuviéramos madurez entonces para pasar a la acción! Que lentos somos los que tan penosamente empujamos cuesta arriba el cepogordismo. Dice por ejemplo el Sr. Boadella que, si en España no hay voces discordantes frente a todo el discurso políticamente correcto (el de los nacionalismos, el de que no pasa nada, el del franquismo, el de que lo importante es la economía, etc.) se debe a que la vida pública está tomada por las diversas administraciones que tienen al personal a sueldo y que la gente, por no perder las prebendas, calla. Tiene gracia (triste gracia) oír esto y leer la víspera, en los diarios de Victor Klemperer, lo siguiente: 1 de julio de 1933. (…) Goebbels, en la escuela superior de ciencias políticas, el 30 de junio (o sea, conferencia solemne) sobre el fascismo (o sea en tono laudatorio): “El Partido Fascista [en Italia]  ha montado una organización gigantesca de varios millones de personas en la que está todo reunido –teatro popular, juegos, deporte, turismo, excursiones a pie, cantos- y que el Estado subvenciona por todos los medios”. La subvención una de las claves de la vida política española contemporánea, con tristes y conocidos antecedentes. No nos hartaremos de recordar al personal que el Ministerio de Cultura fue un invento del totalitarismo soviético (algún idiota que no capte el asunto, progre hasta la médula sin saberlo, pensará que por lo menos eso lo hizo bien…)

Tras la breve digresión, a lo que íbamos, esta nota editorial quiere rendir homenaje a Marina de Portinax, exquisita comentarista de la última entrada de nuestro colaborador Sanglier, en la que con tanta delicadeza y finura se recrea en las lindezas de la prosa del autor, llegando a identificarse con las vicisitudes de la entrañable y frágil Marguerite, con esa sensibilidad propia de su delicada condición femenina. Pues bien, ni siquiera Marina de Portinax, la glosadora sublime, ha sido respetada. Ayer era zarandeada con brutalidad digital, y asociado su hermoso nombre de pila a los más chocarreros comentarios. Vaya desde aquí nuestra solidaridad, nuestra comprensión, nuestro apoyo a tan delicada dama, en la confianza de que por esta penosa experiencia no se retraiga de seguir comentando, y adornando con su perfumada prosa, los escritos de esta modesta secta cepogordista.

La redacción.