De una carta a los lectores dirigida al Heraldo de Nava, contestada con evasivas por el Eximio Polígrafo.
“Mucha sensibilidad, mucha
palabrería pero en estas páginas no se ha dicho nada de José Alfredo Jiménez,
de Toña la Negra, de Beny Moré, de Pedro Infante, de la Sonora Matancera, de
Agustín Lara, de Jorge Negrete, de Omara Portuondo, de Lola Beltrán, de Chavela
Vargas, de Bola de Nieve, de José Larralde, de Cafrune, y Manzanero, y la gorda Mercedes Sosa y Soledad Bravo, y no sigo…".
Un amable lector nos hace el reproche anterior, que hemos transcrito
de la carta que amablemente nos envía. Tiene cierta razón, hemos guardado
silencio, pero no por ignorancia, sino por pudor, porque evocar el mundo de los
rumberos famosos es acercarse
peligrosamente al terreno de las confesiones personales.
¿Es lícito hablar de la devoción del gran Bergamota por ese gran poeta
que fue el autor de La media vuelta y de Un mundo raro? ¿Podemos referirnos sin
ser indiscretos a ciertas francachelas que acababan sistemáticamente coronadas
por un repertorio de corridos, rancheras, coplillas flamencas, payadas gauchas,
habaneras, sones, todos ellos coronados por El Rey entonado a coro?
¿Podemos decir sin que se nos eche encima toda la gentuza –estamos un
poco cansados de la gentuza- que una de las canciones que habitualmente tararea
Doroteo, cuando ordena la biblioteca, cuando bruñe los aceros de las panoplias,
cuando pavona los metales herrumbroso de la vieja colección de arreos, es
Caminito español, de Atahualpa Yupanqi, en la versión de Cafrune? ¿Podemos
decir que la condesa se emociona y suelta una lágrima cada vez que muere el
canario del indio Marito?
¿Cabe mencionar el son, la gracia, la sandunga con que El Amigo
Pulardo baila el danzón, la guaracha, el cha cha chá, el bolero más
apasionado? ¿Podemos describir la agilidad de sus pies pequeños, la soltura de
su inmenso talle, la gracia de su pasito adelante y pasito atrás, asidas las
maninas a las caderas firmes de las negronas rumberas?
¿Y las tonadas y payadas
a la luz de la luna, con la guitarra, con el habano encendido, con el poncho
pampeano, con las espuelas de fierro, con las correas blancas de piel de gato
-¡fíjense ustedes, piel de gato!-, con el sombrero de ala ancha, la calzona, la
chaquetilla corta, el boto, con el sombrerote charro, el bigote charro y las
chaparreras charras, con la soga de enlazar, con las melodías llaneras? ¿No es
esto una provocación, no es esto como confesar que España no es sólo España
sino que realmente se proyectó allí donde arribaron las naves y los hombres,
incorporando aquellos lares a sí misma y quedándose ella allí, en fecunda
creación? ¡Oiga no se caliente! No estamos seguros, tal vez un día, oiga usted.
Mientras nos decidimos a ello, les dejamos con la copla.
Caminito español
Atahualpa Yupanqui
Por un camino de España,
camina mi corazón,
antes no se conocían,
ahora son amigos los dos.
Por un camino de España,
camina mi corazón.
A veces bajo la luna,
como una conversación,
entre el mar y los pinares,
va cantando el corazón.
A veces bajo la luna,
como una conversación.
Habla de pampas lejanas,
de unos aromos en flor,
de algún caballo perdido,
que en esas tierras quedó.
Habla de pampas lejanas,
de unos aromos en flor.
Como en los libros sagrados,
hay un tiempo de sazón,
vivían sin encontrarse,
hoy son amigos los dos.
Un corazón argentino,
y un caminito español.
El camino nunca es triste,
lo entristece la canción,
si el caminante le cuenta,
sus desvelos, su pasión.
El camino nunca es triste,
lo entristece la canción.
El día en que se separen,
que no se digan adiós,
el camino en su paisaje,
y sin rumbo el corazón.
El día en que se separen,
que no se digan adiós.
Hermoso amor sin olvido,
es la amistad de los dos.
Hermoso amor sin olvido,
es la amistad de los dos.
De un corazón argentino,
y un caminito español.
De un corazón argentino,
y un caminito español