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miércoles, 29 de enero de 2020

Pesadilla sobre el futuro.




Pesadilla futurible. Gordo Ponzoñoso ha sacado la patita fuera de la calefacción para ir a comer. Ha llegado rodando hasta el restaurante El Circo de Baco dónde todo es redondo. Las mesas, los camareros, el local, las cartas, el pan. Y los platos claro. Y los clientes. Todos los clientes son gordos ponzoñosos. La presencia de un flaco resultaría ofensiva y violenta. Sobre todo porque de aparecer un flaco sería por haberse descubierto el tinglado. Y es que el Circo de Baco es un lugar secreto. Como dicen en las películas es un garito underground y como dice Melquiades, una casa de comidas gordoground. Y de haberse descubierto, el flaco, energético, vigoréxico, vitamínico, hiper-en forma y super-saludable, vendría armado con una pistola, un arma automática o una escopeta de cañones recortados, que para reventar gordos es más divertida. Y es que Gordo Ponzoñoso y sus compañeros mantecosos y disfrutones, el capitán Ballena y su pandilla de inflados panzudos, han sido declarados insalubres. También perniciosos e infectos. Son ahora un codiciado trofeo. Se esconden y venden muy cara su gruesa anatomía.


jueves, 12 de diciembre de 2013

LA PESADILLA DEL POLIGÓN

Reconozcamos que no es siempre fácil recorrer a pie el poligón, con un frío helador y pringoso de humedad, entre los desmontes bordeados de espadañas que tapan el riachuelo de grueso vidrio. Reconozcamos que no es fácil llegar a la calle Gomet, entrar en una nave que está también helada, y sofocado por subir tres escalones, aposentarse en una sala impersonal, de paredes de madera contrachapada, sin ventanas, con vistas a ninguna parte y al cemento. No es fácil del todo, resoplando, apoyar la pancita sobre la mesa y con ojos de enajenado ponerse a comer sangüiches, tarteletas, montados, piczzas, sorbetes, escalibada, pastelillos, chapatas de sardinas, papando aire y alguna mosca fría que todavía aguanta, mientras un compañero que no es más que un mísero asalariado explica en un idioma incomprensible, que es mezcla de otros dos ya por separado mal hablados, su visión de algo que llama los negocios y, por supuesto, con la boca llena, atiborrada de gilipolleces, expele su explicación de España y de lo que en ella sucede. Como el animal no calla, el empleado de la pancita que ha entrado una mañana helada en la nave fría de la calle Profilactíc llena el mecánico agujero parlante del bocazas con una enorme piczza (dice piczza) doblada primero cuatro veces sobre sí misma. Mientras el animal deglute a base de saliva y calla por fin (salvo por un gutural y ligero murmullo de queja), el empleado barriga regüelda con violencia despeinando a la vendedora, encantadora y riquísima, que pone mala cara por el aire fétido; aunque en el fondo agradece que se haya hecho callar a ese que al hablar para no decir nada, utilizaba la palabra latinoamericano, ante la que todos, en este honrado poligón (que es polígono en otro idioma) palidecen y se espantan mesándose el cabello erizado, sin poder apenas contener un gemido de desesperación. Levantada por el huracán regoldero, por el aire flota, blanca, la nube de caspa que traía consigo, sobre los hombros de su traje arrugado, el extranjero. El hombre del dinero, la chistera y los mitones. Gracias a eso, a los mitones, puede volver a rascarse y reponer cargamento, para que siga nevando sobre sus hombros, mientras al empleadillo del regüeldo, verdadero Eolo, dios de los vientos, se le desorbitan los ojos ante el espectáculo y se rasca la pancita, redonda como una pelota, delantera, agresiva, que tensa la buena lana de su mejor jersey, pero que ya es tan viejo que las manchas no le salen. La contable loca da vueltas sobre sí misma, mientras el cónyuge sin firma se agita sobre la silla, de atrás avant. Has de entender, has de entender. El empleado de la pancita, recuerda aquellos globitos de cristal, con un paisaje blanco encerrado dentro, en el que nevaba al mover la esfera. Sin dudarlo, se hace con la fuente de cristal de la ensalada para convertir en paisaje cerrado la cabeza del extranjero puntiagudo, que grita y patea, agitando los faldones de su levita forrada, forrada de instrumentos de pago vencidos, caducados, de papel timbrado, copias simples, grandes sellos de la apostilla de La Haya y actas de juntas de comunidad. Encerrada su cabeza de mastodonte en el paisaje, no se oyen sus gritos jopúticos. Todos corren a su alrededor, bailan una sardaneta, y una jotica, que se joda este, y la más gorda levanta las faldas para enseñar la nalga gritando que no hay educación, mientras trota y emite los sonidos del Gran Gorrino. El señor director ha sacado una pistola nueve milímetros parabellum para disolver la reunión. Han sonado varios disparos, pero no preocuparse, todo es retroactivo y además el escrache es libre y con la ley de emprendedores haremos un canuto y nos fumaremos un gran porrete con la recaudación. Dando alaridos trotan por el descampado, van a patinar sobre el riachuelo helado, entre las espadañas, a ver si bajo la gorda revienta el hielo y se le moja el culo y se carcajea el hombre rico encerrado en el paisaje, con una risa muda. Dentro de la nave desierta empieza a helar.